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Gata Luna - Segunda Fase

Esta es la segunda parte de la historia de una gata muy traviesa y sus experiencias.

Luna Nueva Visible

¿Miau? 




He vuelto al lugar de siempre, en el cual se encuentra aquella humana especial. Todas las veces me llama y ofrece un poco de la comida que tiene entre sus piernas, pero disfruto más de observarla, de ver sus brillante piel, su larga y verde cabellera, escuchar esa voz, esa del ven, ven hijita, niñita de plata, aquí tengo pancito, no te me escondas, yo sé que estás por aquí. Le contesto con un maullido y ella calla, deja el alimento en el suelo y cierra los ojos, vuelve a su letargo.


Bueno, volvamos al punto de partida. Siempre tuve el deseo de tener un humano y hacer con él mil y un actividades divertidas. Al parecer, uno de mis tontos hermanos avisó a mi madre sobre los planes que ya tenía guardados. Pensaba que me reclamaría o me daría el sermón de mi vida, pero en vez de recriminarme, usó sus patas delanteras para darme una caricia muy similar a la que un humano hace al gato. Tanto mis hermanos y yo nos quedamos sorprendidos, ya que mi ella ya nos había delegado a un segundo plano desde que cumplimos el mes y medio. Luego, ella se acercó a mi oreja y dijo muy suave: “Mi pequeña, si es que quieres cumplir con ese sueño con tu humano, debes lucir hermosa, mucho más felina que otra gata, para que así él entienda lo necesaria e indispensable que eres. Debes volverlo loco”. Esto me hace suponer que ella ya sabía lo que le deparaba a mi destino, me había dado una advertencia que terminé por rechazar. En vez de reflexionar, me puse a imaginar a ella siendo una gata pequeña y actuando con esa cautivadora altanería, una característica tan suya. 


La verdad es que al ser tan pequeña e inexperta, pensé que podría obtener cualquier tipo de humano, sin importar las circunstancias. Así que decidí hacer lo que se me venía en gana. En muchas ocasiones salía de nuestra cama compartida y me quedaba dormida en la cama de la hija. En otras ocasiones escalaba hasta la parte superior de los estantes y tiraba todos los libros en el transcurso de mi paseo de altura. También procuraba subir por las cortinas y me deslizaba con mis uñas, rasgándolas desde arriba. Incluso en una ocasión intenté hacerle una broma al perro, quitándole su pelota favorita y escondiéndola. El perro empezó a oler su juguete y entró desesperado al cuarto del papá, mordiendo los zapatos y los sacos del humano. Por cierto, la pelota estaba en el lugar más alto, encima del ropero, lo cual causó un gran alboroto y también ocasionó la expulsión definitiva del perro a la parte delantera de su casa. Estas actividades solían ser culpadas a mis hermanos, los cuales siempre estaban cerca de la escena del crimen y terminaban como los implicados porque nunca esperaba a que me viesen los humanitos. Lo único que me dolía era la filosa mirada de mi madre y sus constantes gruñidos que hacía cada vez que me acercaba a ella. Ella me rechazaba con más ahínco que a mis hermanos, cosa que lo tomé como poco importante. 



Esa fue la razón por la cual los dueños de mi madre decidieron regalarnos apenas con dos meses. En ese tiempo, era la favorita de la casa y era indiscutible que me quedaría en casa. Ya sospechaba algo así, mi similitud con ella me granjearía el favor de los dueños de la casa y a pesar de no importarme, algo me decía que a alguien no le gustaba el resultado. Pasaba la mayor parte de mi tiempo en la cama de la niña, la cual me había puesto de nombre “Blanquita”. Cuando los otros humanos extraños venían a la casa a vernos, ella me escondía en el cuarto, gritando siempre: “Blanquita es mía, Blanquita se queda”. Saltaba de su abrazo y solía colocarme al lado de mis hermanos o en un algún otro lugar donde los nuevos visitantes y sus miradas pudieran tenerme como el centro de su atención. Aunque, a decir verdad, era inútil. Los humanos miraban al padre o a la madre, incluso uno de ellos le pidió por favor que le diesen a esa gatita blanca, la bonita, te juro que te pago, ahorita mismo te doy la plata. El humano a cargo del hogar no le hizo caso, le dijo que su niña era muy berrinchuda, de seguro que si te regalo la gata, ella dejará de comer por dos días, así es esta niña, no le doy porque si no se pone peor la mocosa esta. Luego soltaba una risotada, el otro humano suspiraba y se ponía a ver a los otros gatos, mis hermanos tontos. Y al final se decidió por uno de mis hermanos, el segundo en irse. 



Un proceso similar ocurrió con mis hermanos. Y así fue como me quedé sola, mi madre y yo. Continué con mi vida normal, con mis travesuras de siempre y mi relajo. Esto causó que los humanos se percataran del verdadero problema, del peligro que les causaría si me quedaba ahí. Así que como ya sospechaba que sería enviada a otro grupo de humanos, planeé la peor de mis travesuras, o al menos eso pensaba cuando la imaginé. Quería saber como se sentía estar encima de la cabeza de un humano, sentir el calor, ver sus reacciones y poder tocar con mis garras sus cabellos. Y por supuesto, la candidata perfecta era la niña, la cual llevaba por aquel entonces el cabello hasta la cintura. Esperé a que ella estuviese distraída jugando con sus muñecas para así subir a un lugar muy alto y luego apoyarme en su cráneo. La idea era bonita, pero al ejecutarla algo salió mal (en realidad, saltar encima de una cabeza humana es muy mala idea y esta experiencia me la grabaría para siempre) y por casualidad no pude mantener el equilibrio. Estuve a punto de caerme y para evitarlo, clavé mis uñas en la frente. Eso hizo que la niña se pusiera como loca y se tirara al piso. También me puse nerviosa y clavé con más fuerza mis uñas hasta que no pude más y caí al piso. El susto me obligó a esconderme debajo de la cama. 

Creo que debí esconderme mejor. Aquella travesura me costaría muy caro.

Comentarios

  1. Gatita traviesa
    Mi corazón atraviesas
    Tus pequeñas garritas
    Hundiste en mi cabeza
    Pero yo te perdono
    Porque eres una belleza

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