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La otra navidad

Hola. He estado fuera de forma durante mucho tiempo. Pero me gustaría dejarles esta historia, la cual no está bien corregida porque lo he hecho aprisa, antes de que sea 25. Espero que les guste y si no, puedan decirme en qué trabajar.


---La Otra Navidad ---

A las tres y treinta minutos del día 24 de Febrero del 2018, el hombre que se miraba frente al espejo no podía reconocerse, era distinto. A pesar que el reflejo mostraba las mismas facciones, el mismo color café oscuro de sus ojos y las negras sombras que rodeaban su mirada. Asomó su cabeza por una pequeña ventana contigua y al mirar al cielo comprobó que efectivamente algo estaba mal, algo en ese tono, en ese brillo particular de las nubes grises limeñas, como si la naturaleza hubiese sorteado las estaciones y se hubiera entregado a un nuevo orden, aleatorio, distinto, imprevisible. Efectivamente, el clima no correspondía a la fecha, aunque suene algo poco fundamental para una ciudad de clima indeciso, caótico y en la mayoría del año, opaco. La extrañeza del clima no eran las nubes, sino el aroma que se podía percibir en el ambiente: pólvora, panetón, pavo, chocolate caliente a 27°. También los sonidos eran distintos, los pasos, los colores, las formas, todo.

Él podía entenderlo. Sabía lo que había pasado. Había sido el artífice de tal hecho, de tal atrocidad. Y es por ello que lentamente se fue sumiendo en la desesperación, hasta que ese rincón al que todos llamamos razón, ese salvaje sentimiento que procura negar a la realidad palpable, empezó a buscar las pruebas, las pruebas de que en realidad estaba delirando, que estaba loco, porque prefería la locura a descubrir, a aceptar lo evidente. Primero, decidió r al mercado del barrio y tomar un desayuno en la juguería de su prima Josefina, a la cual no había visto en mucho tiempo, no por falta de espacio en su horario, era un motivo más personal, más íntimo. La frustración de un amor no correspondido, el odio a un hombre al cual no consideraba a la altura, el ardiente deseo de poseer algo que no debía, el autodesprecio por su falta de hombría y, sumado con el natalicio de su sobrino Danielito, el cual le hacía sentir un arcoíris de sentimientos que necesitaba ocultar. Trató de buscar entre la cálida sonrisa de su prima y el efusivo abrazo de su sobrino aquel sobrecogimiento que sentía, que en ese instante superaba a toda emoción pasada. No halló nada. El terror permanecía imperturbable, omnipresente. 

Por un momento, las palabras de “Danielito” empezaron a tomar forma. Normalmente él escuchaba con atención las irrelevantes experiencias del menor, pero hoy no era la ocasión adecuada. Fue tan solo escuchar una sola palabra, la cual se impuso sobre las tantas otras frases y oraciones, la que lo hizo que soltara un grito de terror y huyera. La joven madre y prima del sujeto, la cual estaba muy enterada de los sentimientos de su primo, suspiró amargamente, arguyendo su comportamiento a los sentimientos típicos del mismo. Si tan solo hubiese visto su rostro, habría entendido que no se trata de un perdedor que se aferra a su odio y nostalgia, sino el de un asesino que acaba de cometer su primer crimen.

Mientras tanto el hombre repetía la misma frase una y otra vez: “¿Cómo puede ser posible… si yo lo vi morir?”, su vista se cubría con las luces intermitentes, las guirnaldas, figuras de renos y papá Noel, al niño Jesús rodeado de ángeles tan blancos como el yeso del cual estaban hechos, los peces bebían en el río y volvían a beber, el burrito Sabanero iba camino a Belén, panetones, gente. Y otra vez el “yo lo maté… yo lo ví morir”.

Unas cuantas horas después encontraron su cadáver. Los forenses, sin ningún tipo de sorpresa, informaron que se trataba de suicidio navideño, esa tristeza que se vuelve insoportable, intolerable cuando uno ve la felicidad ajena. Lo que éstos ignoraban era que en occiso no era un suicida. Era un homicida que no pudo cargar con el pecado de asesinar a la navidad. No atropelló a ningún animal, tampoco tuvo que viajar a un lugar lejano para acribillar a un viejo barbudo y mucho menos destruir un pesebre. Tan solo lo buscó, en los corazones de sus creyentes, en la certidumbre de los niños, en la esperanza por el aguinaldo de los adultos, en los ojos brillantes de los comerciantes. Y así pudo verlo, como si se tratara de una persona más caminando entre la multitud. No dudó, buscó entre sus bolsillos el viejo puñal con el cual se cortaba la piel cada noche, caminó despacio y al tenerlo a una distancia aceptable, presionó el filo de su arma en el pecho de la víctima, la cual tras soltar un breve y frío suspiro, se desplomó. Y sin embargo, no había muerto.

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