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Fríamente traicionado

 Esta no fue la primera vez en la que los encontré juntos. La vez anterior los vi en el centro comercial, y la anterior a esa los vi en la calle, cerca al mercado que queda cerca de la casa. A pesar de que mi corazón se detenía al verlos juntos, que mis brazos temblaban y mi rostro mostraba una expresión de ira, algo dentro de mi necesitaba seguir observando la infidelidad  que ambos mantenían día a día. Esas sonrisas hipócritas, esas miradas cómplices. Y cada vez que los miraba, cada vez que ellos mantenían el engaño, yo continuaba con mis delirios, con las mil y un formas en las cuales planearía mi venganza, la más cruel de todas.



¿Cuándo fue la primera vez en la que pasó? ¿Cuál fue el motivo del engaño? ¿Por qué? ¿Qué hice para merecerme esto? Trato de entenderlo, de imaginar aquel primer encuentro. De seguro que fue él, ese… tengo muchas palabras irrepetibles, muchos adjetivos ofensivos y muchas formas en las que golpearía a ese mal llamado “mejor amigo”.  Ya me lo imagino:

Ella estaría tranquila en casa, realizando los quehaceres y cuidando a los niños, ayudándolos en sus clases virtuales. Como una buena esposa, ella prepararía el almuerzo, hasta que ese… ese… desgraciado aparecería como siempre lo hace, en el momento más inoportuno, para pedirle dinero. Ese sujeto es un vago, un inútil, no sé por qué sigo considerándolo un amigo, si lo único que hacer es pedirme plata, plata y más plata. En fin, sigo.


Pero esta vez mi mujer estaría sola, indefensa ante la vileza de un ser tan ruin. De seguro que con engaños le pediría pasar. Y luego… luego la colocaría en una situación tan comprometedora, que ella no podría hacer nada más que ceder ante el chantaje. Ese ser de seguro que continuaría con sus artimañas para continuar en su repulsivo deseo, mientras que mi mujer, al verse corrompida y avergonzada, intentaría guardar la mentira para evitar dañar a la familia, evitar esa odiosa separación y división de la familia: juicios, abogados, pensiones alimenticias, horarios, etc. Y la entiendo, pero en parte la odio a ella también al ceder tan fácil. ¿Qué te hizo? ¿Cómo te chantajeó? ¿O es acaso que..?


Otro sentimiento recorrió mi mente. ¿Acaso fue toda una mentira? Recuerdo como si fuera ayer la primera vez en que nos besamos, la primera vez que fuimos a pasear juntos al parque, nuestro primer aniversario, nuestra boda, el nacimiento de nuestro primer hijo. Y siempre él estuvo allí, sonriente, con esas ropas holgadas y el cabello despeinado. ¿Es desde allí en que empezó toda esta farsa?


Mi respiración se entrecorta. Mis labios se resecan, no puedo mantenerme en pie. Mi corazón late con más fuerza. Los veo, los tengo al frente mío y continúan haciéndolo. No lo soporto. No lo soporto más. Debo hacer algo.


Trago saliva, respiro hondo y trato de calmarme. Derramo un par de lágrimas, porque me duele, en serio me duele hacer todo esto. Imagino lo que podría pasar, imagino las excusas que ambos pondrán. Imagino colocando mi puño en el rostro de ese Judas Iscariote, lo imagino tirado en el piso.


Esta última imagen me llena de valor. Nuevamente respiro, presiono mi puño derecho y salgo de mi escondite, dispuesto a enfrentarlos.

 

Siento como mis pasos se sienten más pesados, el sudor en mi rostro se desliza lentamente, los números del reloj digital se congelan.  Sigo caminando con determinación, no sé lo que pasará. Solo continúo caminando, hasta que grito su nombre.

 

- ¡Ana!

 

Inmediatamente, ella voltea su rostro y me mira horrorizada.

 

- No… no es lo que parece- dice ella, como si pensara que eso fuese a funcionar.

- Espera, te lo puedo explicar. Solo tranqui…- el mal amigo no completa la frase, ya que se ve obligado a esquivar mi puño.


Al hacerlo, él tira el helado de fresa que sostenía en su mano izquierda. Mi esposa, al verme más enojado, busca un tacho de basura cercano y tira el suyo allí.


- Amor, lo siento. Sé que te lo prometí, pero…


No logro escucharla. Siento mi vista borrosa. No puedo mantenerme en pie…

 

**********

- ¿En serio me prometes que no volverás a comer helado? – le vuelvo a preguntar a mi  esposa.

- Te lo prometo, amor. Sé que esa enfermedad es horrible y vamos a superarla juntos. Sé que podemos.


Mi esposa me había visto con mucha pena, luego de verlo comer helado. Yo ya no podía comer alimentos dulces debido a mi enfermedad, en especial el helado. Es por eso que yo me iba de la casa o me iba al cuarto cuando mi esposa compraba helados a los chicos. Es por eso, que para solidarizarse, ella me prometió que nunca más comería helado. Confío en ella, ella jamás comería helado a mis espaldas.



Aunque no confío mucho de Mateo. De seguro que la tentaría a volver a comerlos. Después del trabajo le diré que no lo reciba en casa.

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