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Adiós, Fútbol


Suena el pitazo final, termina el partido. La pelota se detiene suavemente por el césped, mientras los jugadores reducen la velocidad, como si el tiempo hubiese desacelerado, a punto de detenerse. Los jugadores del equipo ganador se abrazan con alegría, corren nuevamente mientras celebran la victoria, han logrado salvar su oportunidad de oro, podrán ir otra vez al mundial de fútbol y alegrar a su hinchada. A pesar de haber jugado como visitantes, el reducido grupo de compatriotas que han venido a alentarlos grita de alegría, de emoción. 

Por el otro lado, el equipo local, peruanos que llenaron el estadio nacional, llenos de ilusión y esperanzas de conseguir una victoria para al menos aspirar al repechaje, ven como su equipo ha sido derrotado. Cada una de las personas, desde los mayores, pasando por los adultos, los niños, todos y cada uno de ellos observan a su equipo, tirado en el césped, abrazándose e incluso llorando. Su mirada no es de lástima ni de cólera, ya habían gritado los anteriores 90 minutos, ya se habían enojado, maldecido al árbitro por no aceptar los 'fouls' del equipo rival, los goles que fueron atajados por el guardameta rival, los disparos desviados por el cruel travesaño o los aparentes contraataques que quedaban desbaratados por la defensa opuesta. Toda lágrima y gota de sudor se había derramado, ya no había más que hacer, solo silencio. 

Los jugadores tardaron unos minutos al darse cuenta de la situación, aunque pensaba en ese momento que se trataba de algún tipo de confusión o venganza: solo la prensa internacional se acercó a entrevistarlos al momento de acabar el partido, preguntando sobre sus sentimientos y cuáles habían sido sus fallos. ¿Tal vez se estaban preparando para el día de mañana, para destruirlos con los crueles titulares? ¿Estaban tan tristes que necesitaron irse a casa? Ante la mezcla de emociones, ellos no lograron profundizar estas ideas, así que regresaron al vestuario, mientras dialogaban brevemente entre sí. 

Los narradores de radio y televisión peruana no dijeron una sola palabra, se podía escuchar la estática y las voces vitoreando victoria de la barra rival, los panelistas de las transmisiones por televisión agacharon la cabeza levemente, como si tuviesen parte de la culpa al ilusionar a sus espectadores con un equipo que definitivamente no estaba en la talla, pero ellos habían hecho creer todo lo contrario, hablando de cosas tan superfluas como "la profesora del jugador tal", "la mascotita de aquel", "que le cocina la mamá al jugador mengano", creando ese sueño mesiánico de un montón de jugadores indisciplinados venciendo a un equipo que claramente estaba mejor. El público entendió el gesto, por lo cual permaneció observando, sin cambiar el canal. 

En la conferencia de prensa, nuevamente se ve la ausencia de los periodistas locales. Y a pesar de que esto le parece insultante al director técnico, prefiere pasarlo por alto y empieza a hacer su mea culpa con los periodistas restantes. Este intercambio verbal dura menos de lo esperado, ya que la mayor parte del tiempo el director técnico le echa la culpa al poco tiempo que tuvieron para prepararse, los lesionados y la baja moral que había afectado al resto del equipo. Al no recibir réplicas de la prensa, el equipo de fútbol dejó el estadio nacional y decidió retirarse.

Es así como los jugadores de fútbol peruano terminaron, sin saberlo, su último partido como jugadores seleccionados.

Y también serían el último equipo peruano en presentarse, ya que, para los peruanos, el fútbol había muerto.

Era sábado y las personas continuaron con su vida cotidiana. Los adultos volvieron a sus trabajos, los niños se dedicaban a jugar en los parques y los adultos mayores a descansar en sus hogares o caminar por las calles que por tantas primaveras y otoños deambularon. Los periódicos fueron colocados en los respectivos kioskos en la mañana, y lo que todo transeúnte o cliente frecuente hacía, era leer los titulares, obviedades del día anterior que muchos observaban como un refuerzo a la realidad vivida. Y ninguno de estos, ni siquiera los que se dedicaban a los deportes, hablaron sobre la humillante derrota sufrida por la selección blanquiroja. Los lectores ocasionales observaban con tranquilidad los accidentes, los crímenes, la mala gestión del gobierno, el espectáculo, las noticias internacionales, los deportes ajenos al fútbol. Así es, el futbol había desaparecido de todos los diarios y aunque hubiese alguno que tenía una pelota de ese deporte en su logo, sus titulares tampoco hablaban de ese deporte, como si se hubiese desaparecido, olvidado por toda una nación.

A ‘La furia’ Jimenez, un jugador promedio de la selección, le ocurrieron algunos extraños sucesos que lo terminarían obligando a salir a calle y comprobar algo. Tanto la actitud de sus familiares al no llamarlo al acabar el partido, de su mujer saludándolo de forma casual al momento de llegar a casa y de no recibir ningún mensaje por parte de sus amigos, le pareció muy sospechoso. A veces, cuando el equipo con el que jugaba en la primera división de la liga nacional perdía, siempre escuchaba las quejas de algunos hinchas cuando salía a la calle, y es por eso que cada vez que perdía un partido, tomaba su automóvil y se juntaba en la casa de alguno de sus compañeros de profesión y se ponían a conversar, hasta incluso alquilaban una canchita y jugaban un partidito entre ellos.
 
Cuando Jimenez salió a la calle, todo el mundo lo ignoraba, sentía como si nadie lo reconociera a pesar de haber sido entrevistado por todos los medios locales las semanas anteriores al partido. Pudo caminar con total tranquilidad hasta el puesto de periódicos más cercano, como un mundano más y observar con asombro que no se había vuelto loco, que en realidad era el único hombre en los alrededores que recordaba la aplastante y humillante derrota de la noche anterior.

—Que fea la derrota de anoche, ¿no? — dijo el futbolista casi gritando, tratando de llamar la atención.

El resto de la gente lo observó con extrañeza, como si hubiese dicho alguna clase de incoherencia. ¿Derrota? ¿De qué, ah? Esos eran las respuestas reflejadas en sus rostros, los cuales no mostraban ápice alguno de estar mintiendo.

Jimenez pensó que se trataba de una broma, hasta que fue recibiendo varias llamadas en el transcurso del día. Muchos de sus compañeros habían tenido reacciones similares y llegaron a la conclusión que se trataba de algún tipo de complicidad enfermiza, de un castigo por parte de todos los peruanos por realizar unas eliminatorias tan mediocres.

Con el pasar de las semanas y de los meses, la nueva realidad era cada vez más cruel: los partidos de fútbol ya no atraían a la misma cantidad de público, parecía como si todos los equipos en la liga habían sido prohibidos de jugar con público, ni una sola persona asistió a verlos, ni siquiera el hincha más intenso de todos. Las ligas menores directamente desaparecieron por falta de asistencia y todas las canchas de fútbol del país empezaron a ser usadas para jugar básquet u otro deporte distinto. Las pelotas de fútbol, los uniformes, los implementos, todos ellos dejaron de recibir ventas y poco a poco todo el material relacionado a ese deporte desapareció.

Al acabar la liga nacional y coronarse al campeón, la victoria se sintió amarga y fueron los perdedores los que se sintieron aliviados de no recibir un campeonato vacío, triste. Ya podían dejar de jugar y dedicarse a otra cosa, cualquiera era más importante, porque ya ni les importaba jugar. Jimenez, que antes no se encontraba entre los mejores, en esta última jornada se había destacado como jugador del año, título que también lo sintió con amargura, al saber que el fútbol había muerto.

Había muerto y él lo había matado. 


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