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Rúbika




Las posibilidades son aquellas que se van revolviendo desde el momento de nuestro nacimiento, en el mismo instante en el que lanzamos la primera mirada a ese mundo exterior. Pero no controlamos todas esas posibilidades. La salud, la alimentación, el cariño, todas esas posibilidades son las que nuestros padres, y también los padres de Rúbika, resolvían con ahínco. L’, resuelta con llevarla al médico a tiempo para su chequeo mensual, F, resuelta al comprarle un nuevo pañal, B’, resuelta al jugar con ella en las noches, R, resuelta al pasar un momento en familia en una casa de campo. Los primeros años suelen ser los más tranquilos para aquellas almas que tienen la fortuna de tener padres amorosos capaz de resolver cualquier problema, cualquier dificultad.

Y este fue el destino de Rúbika, que de no haber tenido una madre cuidadosa y que se realizaba los chequeos a tiempo, no hubiese descubierto que podría tener riesgos en el embarazo, la que le curó una gripe en el momento preciso, la que salvaguardó su estabilidad emocional y la ponía en primer lugar. El padre también hacía su esfuerzo no solo aportando en casa, sino que también apoyaba a su madre en todo y esa era la razón por la cual Rúbika permaneció hasta los 5 años de forma inmaculada, sin revolver en ningún aspecto de su vida. Era una persona que no había cedido a la entropía, al caos natural de las cosas que nos absorbe y devora. Es en esta edad en la que ella pudo ver con total claridad que sus padres no eran esas perfectas criaturas que todo lo podían y todo lo hacían, eran imperfectas. Pudo ver con sus pequeños ojos como la mezcla de amarillo, verde, rojo, naranja, azul, blanco, se mezclaba y de resolvía, a veces dos giros a la vez, a veces retrocedía, otras veces estaba a punto de lograr una resolución total, pero algo pasaba y las posibilidades se revolvían. Ella no entendía lo que pasaba, solo veía como los colores cambiaban y giraban, lento, rápido, otra vez lento.

Esa fue la primera vez en la cual ella tuvo la necesidad de resolver los problemas de los demás, de encontrar un algoritmo que pudiera resolverlo todo, que desafiara al caos y a la pérdida de información a la que todos los seres humanos estamos sometidos, nuestra caótica naturaleza y nuestra trágica lucha contra el universo en constante expansión y destrucción. L’,U, le dijo Rúbika un día a su padre mientras este revisaba una factura. Este, simplemente trató de fingir una sonrisa y hizo un movimiento contrario, U’. Rúbika no entendió el motivo por el cual su padre hizo todo lo contrario a lo que ella le sugería. ¿Acaso no me entiende?, pensó ella. ¿Acaso soy torpe, creyó ella? ¿Acaso… no puedo hacer cosas? Fue la primera vez en la que Rúbika no actuó con esa evidente sinceridad que le caracterizaba, en las tardes en las que jugaba pelota con su padre y le decía que estaba tapando mal, o en las ocasiones en las que le mostraba a su madre una parte del piso sin barrer, o cuando avisaba que el perro planeaba escaparse o que su primo la había mojado con el caño del baño. Ella siempre recibía las soluciones y las daba, pero esta vez no pudo hacerlo.

Esta primera vez fue la que Rúbika sintió como el ser que era ella misma, su propia existencia, giraba lentamente hacia la izquierda, sabía que un cambio se estaba dando en sí misma y cómo esto le afectaría en el resto de su vida. El crujido de los engranajes, el chirrido de las fichas deslizarse, a pesar de que esta no era la primera vez que tenía esta sensación de peligro, sabía que nadie vendría a salvarla, a resolver su revolvimiento. Quedaría irresoluble, F’.

 


Para un niño pequeño de 5 a 6 años, cambiar de colegio es sin duda alguna un cambio importante. Tus juguetes en el aula irían desapareciendo, los dibujos se dispersarían lentamente hasta volverse en incomprensibles figuras que poco o nada entendías, ibas perdiendo la alegría de las canciones infantiles y las reemplazarías por rezos y plegarias matemáticas, por normas nuevas y personas nuevas, grandes y pequeñas, de todas las formas y colores distintos, un mundo completamente a pesar de ser el edificio contiguo a tu nido, kínder o colegio de educación inicial. Así es como Rúbika pasó de Inicial a Primer grado, con extrañeza, un poco de miedo y emoción.

Sin embargo, no todo era realmente malo. La maestra era ligeramente mayor a la jovial y hermosa maestra de cinco años, pero esta mostraba una mayor experiencia, sus ojos café claros mostraban la bondad de una madre, sus labios ligeramente resecos resonaban canciones de sus años en el preescolar y sus manos le dirigían al nuevo rumbo que tomaría su vida. Eran las manos de una mujer que había resuelto muchos problemas y con mucha astucia y experiencia empezó a tomar las pequeñas almas revueltas de sus compañeros de curso y las iba resolviendo, lentamente. Pero Rúbika pudo ver con tristeza, que cada vez que la maestra daba dos giros para resolverlos, ellos regresaban aún peor. Tampoco entendía porqué estaban tan revueltos como sus padres, madres, vecinos o familiares, qué les había pasado y por qué no había nadie capaz de detenerlo, detener ese horrendo crujido, de esas fichas endurecidas por la desidia y la indiferencia.

Otra cosa que no le gustaba era que sus compañeros, en vez de ayudarse a resolverse entre sí, hacían todo lo contrario, un giro de la parte superior hacia la izquierda cuando Pedro le jala de los cabellos a Ana porque ella no le prestó un color rojo, ya que Juan le había pedido prestado con anterioridad y él no quiso devolverlo y cuando fue a llorarle a su mamá por el lápiz, su madre vino a gritarle a la profesora por ser tan descuidada y pésima en su trabajo. La maestra regañó a Pedro y le apuntó en el cuaderno, llamó a su madre y el niño se puso a llorar, para luego girar nuevamente las fichas de la parte inferior hacia la derecha, D.

La madre del niño vino a conversar con la maestra, Rúbika pudo escuchar parte de la conversación porque estaba jugando con su muñeca favorita mientras esperaba que sus padres vinieran a recogerla. Ella escuchaba como la maestra le indicaba el comportamiento del niño y lo que debía hacer con él, la maestra hablaba con calma y le explicaba los pasos que debía hacer para solucionar este problema. También pudo sentir entre sus palabras un ligero sonido a melancolía, a desesperación, tal vez ella también podía verlo, con esas indicaciones tal vez no podría salvar al niño. O tal vez sí, habría esperanza.

Pedro regresó al día igual como siempre, molestoso con el resto, pero cada vez sus bromas eran menos crueles. Se acercaba muchas veces a la maestra y ella le hablaba con cariño y a veces con firmeza, para que este continuara con su progreso. Y Rúbika pudo verlo, como Pedro iba cambiando y sus fichas volvían a su sitio, volvían al lugar al cual pertenecían. Sin embargo, aún quedaba colores por reposicionar, fichas que mover. ¿Por qué nadie las reconocía y por qué ella no recibía el mismo trato?

—Maestra, ¿tú me quieres? —le preguntó Rúbika con un aire de tristeza.

La profesora no hizo otra cosa que abrazarla fuertemente y con mucha ternura.

—Por supuesto, ¿por qué lo preguntas?

—Porque a los otros niños los ayudas más y a mí no.

—Pequeña —la maestra acarició la cabeza de la niña—, algunos niños necesitan… un empujoncito extra, mientras que otros como tú, pueden dar ese empujoncito a sus amiguitos mientras siguen avanzando. Eres una muy buena niña y no deberías sentirte triste, yo te quiero mucho y es por eso que te he confiado muchas cosas. Tal vez no te has dado cuenta.

—¿En serio? —respondió Rúbika con alegría.

—Por supuesto, y me alegro mucho que lo hagas tan bien.

Rúbika sonrió con orgullo y se fue contenta a su casa, sin saber que, dentro de poco, otra vez su vida había dado un giro de perspectiva, X.

El cambio había sido imperceptible para ella, pero para el resto era algo totalmente nueva. La pequeña, amable y considerada Rúbika se había vuelto en una extraña imitación de la maestra, una docente en miniatura capaz de resolver los problemas de sus compañeros, lidiar con discusiones, explicar tareas que no entendían y hasta incluso regañar. A ninguno de ellos le empezó a gustar esta nueva niña mandona, por lo cual ellos empezaron a alejarse poco a poco de ella, creando un círculo íntimo entre los estudiantes que aún la respetaban y el resto de la clase que la veían como una niña molesta e impertinente. Este pequeño círculo de niños la apreciaba aún más y ella se sentía mejor que nunca, consideraba que este cambio fue para bien más que para mal, podía sentir como era alguien valiosa y no una estudiante más de primer grado, era especial, S’.  Era MUY especial, S’ otra vez. Esos otros niños no lo entendían, tal vez porque no era tan grande como la maestra, pero eso era lo de menos, ellos se perderían de su guía, M’.



—Profesora, Rúbika me regañó— dijo un niño a la maestra.

— Profesora, es que él no me quiso hacer caso.

—¡Pero tú no eres la maestra! ¡Yo solo le hago caso a la maestra! —bufó el niño con ira, cuestionando la autoridad.

—Pero lo que estabas haciendo está mal, muy mal. —replicó Rúbika ante su compañero sin perder la calma —Además, tú siempre hacer las cosas mal y nunca haces caso.

Rúbika se acercó cada vez más y más a su compañero, que lucía cada vez más furioso. Los gritos de los niños eran cada vez más fuertes hasta que la maestra con una sola palabra, con un solo comando, sin la necesidad de levantar la voz, calmó a la pequeña turba.

—Silencio, Camilo y Rúbika, vengan al frente.

La niña sentía que una vez más, algo cambiaría en ella. ¿Sería para bien o para mal? Cada paso que daba hacia el pupitre de la maestra se sentía más pesado, más lento. 

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