Debo admitir que mi cambio de opinión fue gradual. Todo
empezó en la cual Negro, el gato de mi hermana, empezó a comportarse extraño.
Se escondía debajo de la cama o a veces entre los armarios, como si le tuviera miedo
a algo. Mi hermana al principio sintió pena, pero luego empezó a aburrirse y se
olvidó del felino. Sin embargo, el animal me causó cierta pena, me recordaba a
alguien que no se atrevió a hacer algo ese día, a alguien que volvió a verla a
la distancia pero que no le dijo nada. Así que, si yo no podía resolver mi
miedo, al menos podría entender el miedo del gato al cual tanto odié.
Para no alargarme en este tema, resulta que Negro estaba
siendo golpeado por otros gatos machos y este no se defendía. Solo atinaba a
esconderse y a crisparse cada vez que los veía acercarse. Esto me recordó a mí.
Siempre alejando a la gente mostrando una mirada hostil, un miedo disfrazado de
odio, de ira. Yo también me crespaba de forma simbólica, alejándome de todos,
evitando sus miradas o sus palabras. “Que hablen nomás, no me interesa”,
siempre dije para mis adentros. Es por ello que compartiría con Negro mi
cuarto, le abrí las puertas a mi zona de confort, a mi fortaleza de la soledad.
No le tomo mucho tiempo a Negro tomar mi fortaleza y hacerla
suya, eligiendo como lugares favoritos mi regazo y mi cama. Establecimos una
complicidad pública, el cual consistía en avisarme cada vez que mi madre
intentaba entrar a mi cuarto sin mi permiso. Negro se colocaba delante de mi
madre y la miraba fijamente, con esos ojos ámbar, indicándole que no podía
ingresar. Si esto no lograba convencerle, él corría a buscarme, para avisarme
que un intruso había ingresado a nuestro castillo.
Y fue así que terminé comprándole un castillo, una caja de
arena, me encargué de su alimentación y su salud. Negro recompensaba mis
cuidados con sus ronroneos y su cariño. Nos volvimos tal para cual. Hasta que
el cruel destino que compartimos todos, lo tocó a él primero.
Pese a todos mis cuidados, el gatito fue acumulando una serie
de enfermedades que deterioraron su salud, llegando al punto en que un día no
pudo más y murió.
No pude evitar llorar. Lloré demasiado, ni siquiera cuando
falleció mi tia lloré tanto. Mi madre trató de calmarme, diciendo que podíamos
conseguir otro, mi padre simplemente me ignoró. Mi hermana me llamó, al
principio burlándose de mi, repitiendo su misma frase: “tonto y lento”. Luego,
cuando me escuchó llorar, supo que no estaba para bromas y me dio el pésame. “Si
quieres puedo ir a casa y acompañarte en el entierro”, me dijo. “Desde que
Negro y tu se volvieron íntimos, me sentí un poco celosa, pero luego entendí
que ese gatito y tu estaban destinados para ser uno”. Luego de eso, ella lloró
conmigo y me contó algunas cosas que la llevaron a salir de casa. Creo que fue
el momento en el que la sentí más sincera que nunca.
Terminada la llamada, me sentí mas aliviado. Sabía que alguien entendía mi pesar,
mi tristeza.
Mi hermana llegó al día siguiente, muy temprano y preparamos un funeral. Ambos vestidos de negro, preparamos un ataúd para Negro y lo enterramos en el jardín trasero, ignorando las quejas de mi madre.
Y aunque esto le pareció una ridiculez a mi padre, este le invitó a su hija a quedarse. Sabía que los tres intentarían limar asperezas, así que decidí irme de casa con la excusa de “tomar aire”.
No era sábado, el día que tenía por costumbre visitar el centro comercial
cercano a mi casa. El centro comercial no había cambiado mucho: videojuegos, kpop,
anime, computadoras, mangas, ropa. Aunque en estos diez años, lo único que
cambió fue el supermercado que compró un cuarto de todo el centro comercial. Así
que el lugar se había vuelto un poco más animado, pero sentía que este lugar
iba perdiendo su propósito, ya no era el lugar que añoraba con ir, solo era la
costumbre la que me arrastraba cada sábado, me obligaba recorrer desde la planta
más baja hasta la más alta, mirando a los jóvenes comprar peluches de su anime
favorito, sus novelas ligeras pirateadas, jugar al mismo moba de siempre, comprar
ropa.
Sin embargo, el ambiente de domingo solo lo había experimentado
unas cuantas veces, y a pesar de ser el mismo ambiente, algo se sentía extraño,
diferente. Algo así como si hubiese violado alguna regla sagrada. Ese sentimiento
de estar en el momento incorrecto, mezclado con la profunda tristeza de perder
a mi gato, me causaron desesperación. Así que simplemente entraría al
supermercado, compraría pan y algo para acompañarlo, me compraría una cerveza y
me iría a casa inmediatamente. No haría mi tradicional caminata, hoy no.
Estaba a punto de irme, ya que había comprado todo lo necesario, o tal vez casi todo. No lo sé, porque no lo recuerdo. Solo recuerdo esa voz, que era tan familiar para mí, que me recordó a un evento pasado.
— ¡Espera, espera un momento! — Escuché una voz a la distancia.
Pude sentir sus pasos, aunque escuchaba algunos más. Supuse
que estaba acompañada, así que volteé a ver a esa persona que me estaba
llamando.
“Espera, ¿esto no lo he vivido antes? Pensé mientras la sensación de dejavú recorría mi cuerpo mientras volteaba.
Efectivamente, ya había vivido antes la misma sensación. Era la misma chica, o
debería decir mujer. Llevaba el cabello más corto que la última vez, pero el
resto de rasgos eran los mismos: labios delgados, lacónicos y enormes ojos marrón
claro, nariz pequeña y respingada, rostro delgado, baja estatura.
Al lado de ella, un pequeño niño sujetaba su brazo. El pequeño
casi no tenía rasgos de su madre, incluso podría decir que en algunos casos era
un opuesto: cabello ondulado, nariz ancha y ojos café oscuro.
Ella tardó un poco en reconocerme, lo que causó un momento algo
incómodo. Mientras el niño se me acercaba inocentemente, para entregarme la
billetera que había soltado por casualidad, su madre se detuvo en seco, me miró
a los ojos por unos instantes y luego desvió la mirada. El niño reaccionó al
ver que su madre había detenido el paso.
— Mamá, ¿qué te pasa, por qué te detienes? Tenemos que
devolverle la billetera al señor— dijo mientras alternaba su mirada entre su madre
y yo.
— Es…. es verdad. — ella soltó el brazo de su hijo, le murmuró
algo y le tocó suavemente en el hombro.
El niño entendió rápidamente la indicación de su madre, se acercó a mi y extendió su pequeño brazo en el cual sostenía la billetera.
— Se le cayó señor, tome.
— Muchas gracias, niño. Tus padres te educaron muy bien. ¿No
deseas que te invite algo? —le dije mirándolo a los ojos.
— No señor, —negó meneando la cabeza— mi madre me enseñó que
debo hacer el bien sin mirar a quién.
Mostrando una sonrisa recibí mi billetera. Le di las gracias
al niño y el también respondió de forma educada y se acercó raudo a su madre.
Ella lo felicitó y lo abrazó tiernamente. Esto me recordó a los abrazos que
solía darle a Negro, aunque no duraban tanto, podía sentir que mi gato también
podía sentir mi afecto, tanto que lo abrumaba.
No pude evitar derramar unas lágrimas en silencio mientras observaba el acto. Ella me miró con algo de culpa, como si pensara que estaba llorando por ella. Me quitó la mirada nuevamente, como si la estuviese recriminando por sus acciones. Pero yo no quería que ella se sintiera así, por eso me sequé las lágrimas y dije algo vergonzoso, pero que en estos momentos ya no me importaba.
— Tal vez suene estúpido, pero la forma en la que abrazas me recuerda a mi
gato, el cual acaba de fallecer.
Creo que esto tomó por sorpresa a la mujer, la cual cambió su rostro a uno más aliviado, pero fue el niño el que me sorprendió más y voluntariamente corrió hacia mi, llorando y abrazándome, sin importarle de que se tratara de un desconocido.
— Lo entiendo, señor. Mi gatito también se murió. Pero no se preocupe, vi en la
tele que los gatitos se van al cielo. — todo esto lo dijo mientras continuaba
sollozando.
Miré a su madre, buscando la conformidad de la misma. Ella
asintió con la cabeza y acto seguido, me agaché y lo envolví entre mis brazos.
Lentamente, la madre se acercó y volvió a abrazar a su hijo,
esta vez calmándolo. Ella volvió a
mirarme, pero esta vez era la misma que me mostró cuando se me declaró
falsamente.
— ¿Quieres un gato? —dijo ella, pero recordando algo, se
disculpo con la cabeza y continuó hablando —Perdón, cuando termine el duelo. Mi
hijo me insiste con respetar el duelo por la muerte de nuestro gato anterior, supongo
que también querrás esperar un tiempo para incluir a otro gatito en tu vida.
— Si, aunque podría estar recuperado en un par de meses.
— Es fantástico, justo tengo a una vecina que tiene una gata
que dará a luz pronto. En un par de meses, ellos estarán listos para recibir
una nueva familia.
Compartimos números telefónicos para continuar en contacto.
Ella y su hijo se despidieron y se alejaron, adentrándose al centro comercial a
paso lento.
“Espero que esto no sea otra tonta apuesta”, dije para mí mismo
mientras caminaba sonriente hacia la salida.
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