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Amores Gatos II

Amo a los gatos, realmente los adoro. Me encanta su forma de caminar, de mover la cola, de ronronear. No logro comprender la razón o el motivo por el cual las personas odian a los gatos. Yo antes lo hacía, pero viendo desde retrospectiva, no logro comprender las motivaciones por las cuales tenía ese sentimiento tan irracional. ¿Son los gatos ególatras y engreídos? ¿Acaso nosotros los humanos no somos más engreídos que ellos? Los gatos pueden demostrar mayor nobleza que nosotros.


Debo admitir que mi cambio de opinión fue gradual. Todo empezó en la cual Negro, el gato de mi hermana, empezó a comportarse extraño. Se escondía debajo de la cama o a veces entre los armarios, como si le tuviera miedo a algo. Mi hermana al principio sintió pena, pero luego empezó a aburrirse y se olvidó del felino. Sin embargo, el animal me causó cierta pena, me recordaba a alguien que no se atrevió a hacer algo ese día, a alguien que volvió a verla a la distancia pero que no le dijo nada. Así que, si yo no podía resolver mi miedo, al menos podría entender el miedo del gato al cual tanto odié.


Para no alargarme en este tema, resulta que Negro estaba siendo golpeado por otros gatos machos y este no se defendía. Solo atinaba a esconderse y a crisparse cada vez que los veía acercarse. Esto me recordó a mí. Siempre alejando a la gente mostrando una mirada hostil, un miedo disfrazado de odio, de ira. Yo también me crespaba de forma simbólica, alejándome de todos, evitando sus miradas o sus palabras. “Que hablen nomás, no me interesa”, siempre dije para mis adentros. Es por ello que compartiría con Negro mi cuarto, le abrí las puertas a mi zona de confort, a mi fortaleza de la soledad.


No le tomo mucho tiempo a Negro tomar mi fortaleza y hacerla suya, eligiendo como lugares favoritos mi regazo y mi cama. Establecimos una complicidad pública, el cual consistía en avisarme cada vez que mi madre intentaba entrar a mi cuarto sin mi permiso. Negro se colocaba delante de mi madre y la miraba fijamente, con esos ojos ámbar, indicándole que no podía ingresar. Si esto no lograba convencerle, él corría a buscarme, para avisarme que un intruso había ingresado a nuestro castillo.


Y fue así que terminé comprándole un castillo, una caja de arena, me encargué de su alimentación y su salud. Negro recompensaba mis cuidados con sus ronroneos y su cariño. Nos volvimos tal para cual. Hasta que el cruel destino que compartimos todos, lo tocó a él primero.


Pese a todos mis cuidados, el gatito fue acumulando una serie de enfermedades que deterioraron su salud, llegando al punto en que un día no pudo más y murió.


No pude evitar llorar. Lloré demasiado, ni siquiera cuando falleció mi tia lloré tanto. Mi madre trató de calmarme, diciendo que podíamos conseguir otro, mi padre simplemente me ignoró. Mi hermana me llamó, al principio burlándose de mi, repitiendo su misma frase: “tonto y lento”. Luego, cuando me escuchó llorar, supo que no estaba para bromas y me dio el pésame. “Si quieres puedo ir a casa y acompañarte en el entierro”, me dijo. “Desde que Negro y tu se volvieron íntimos, me sentí un poco celosa, pero luego entendí que ese gatito y tu estaban destinados para ser uno”. Luego de eso, ella lloró conmigo y me contó algunas cosas que la llevaron a salir de casa. Creo que fue el momento en el que la sentí más sincera que nunca.

Terminada la llamada, me sentí mas aliviado. Sabía que alguien entendía mi pesar, mi tristeza.


Mi hermana llegó al día siguiente, muy temprano y preparamos un funeral. Ambos vestidos de negro, preparamos un ataúd para Negro y lo enterramos en el jardín trasero, ignorando las quejas de mi madre.


Y aunque esto le pareció una ridiculez a mi padre, este le invitó a su hija a quedarse. Sabía que los tres intentarían limar asperezas, así que decidí irme de casa con la excusa de “tomar aire”.



No era sábado, el día que tenía por costumbre visitar el centro comercial cercano a mi casa. El centro comercial no había cambiado mucho: videojuegos, kpop, anime, computadoras, mangas, ropa. Aunque en estos diez años, lo único que cambió fue el supermercado que compró un cuarto de todo el centro comercial. Así que el lugar se había vuelto un poco más animado, pero sentía que este lugar iba perdiendo su propósito, ya no era el lugar que añoraba con ir, solo era la costumbre la que me arrastraba cada sábado, me obligaba recorrer desde la planta más baja hasta la más alta, mirando a los jóvenes comprar peluches de su anime favorito, sus novelas ligeras pirateadas, jugar al mismo moba de siempre, comprar ropa.

 

Sin embargo, el ambiente de domingo solo lo había experimentado unas cuantas veces, y a pesar de ser el mismo ambiente, algo se sentía extraño, diferente. Algo así como si hubiese violado alguna regla sagrada. Ese sentimiento de estar en el momento incorrecto, mezclado con la profunda tristeza de perder a mi gato, me causaron desesperación. Así que simplemente entraría al supermercado, compraría pan y algo para acompañarlo, me compraría una cerveza y me iría a casa inmediatamente. No haría mi tradicional caminata, hoy no.

Estaba a punto de irme, ya que había comprado todo lo necesario, o tal vez casi todo. No lo sé, porque no lo recuerdo. Solo recuerdo esa voz, que era tan familiar para mí, que me recordó a un evento pasado.



— ¡Espera, espera un momento! — Escuché una voz a la distancia.

 

Pude sentir sus pasos, aunque escuchaba algunos más. Supuse que estaba acompañada, así que volteé a ver a esa persona que me estaba llamando.


“Espera, ¿esto no lo he vivido antes? Pensé mientras la sensación de dejavú recorría mi cuerpo mientras volteaba.



Efectivamente, ya había vivido antes la misma sensación. Era la misma chica, o debería decir mujer. Llevaba el cabello más corto que la última vez, pero el resto de rasgos eran los mismos: labios delgados, lacónicos y enormes ojos marrón claro, nariz pequeña y respingada, rostro delgado, baja estatura.


Al lado de ella, un pequeño niño sujetaba su brazo. El pequeño casi no tenía rasgos de su madre, incluso podría decir que en algunos casos era un opuesto: cabello ondulado, nariz ancha y ojos café oscuro.

 

Ella tardó un poco en reconocerme, lo que causó un momento algo incómodo. Mientras el niño se me acercaba inocentemente, para entregarme la billetera que había soltado por casualidad, su madre se detuvo en seco, me miró a los ojos por unos instantes y luego desvió la mirada. El niño reaccionó al ver que su madre había detenido el paso.

 

— Mamá, ¿qué te pasa, por qué te detienes? Tenemos que devolverle la billetera al señor— dijo mientras alternaba su mirada entre su madre y yo.

— Es…. es verdad. — ella soltó el brazo de su hijo, le murmuró algo y le tocó suavemente en el hombro.


El niño entendió rápidamente la indicación de su madre, se acercó a mi y extendió su pequeño brazo en el cual sostenía la billetera.


— Se le cayó señor, tome.

— Muchas gracias, niño. Tus padres te educaron muy bien. ¿No deseas que te invite algo? —le dije mirándolo a los ojos.

— No señor, —negó meneando la cabeza— mi madre me enseñó que debo hacer el bien sin mirar a quién.


Mostrando una sonrisa recibí mi billetera. Le di las gracias al niño y el también respondió de forma educada y se acercó raudo a su madre. Ella lo felicitó y lo abrazó tiernamente. Esto me recordó a los abrazos que solía darle a Negro, aunque no duraban tanto, podía sentir que mi gato también podía sentir mi afecto, tanto que lo abrumaba.

 

No pude evitar derramar unas lágrimas en silencio mientras observaba el acto. Ella me miró con algo de culpa, como si pensara que estaba llorando por ella. Me quitó la mirada nuevamente, como si la estuviese recriminando por sus acciones. Pero yo no quería que ella se sintiera así, por eso me sequé las lágrimas y dije algo vergonzoso, pero que en estos momentos ya no me importaba.


— Tal vez suene estúpido, pero la forma en la que abrazas me recuerda a mi gato, el cual acaba de fallecer.


Creo que esto tomó por sorpresa a la mujer, la cual cambió su rostro a uno más aliviado, pero fue el niño el que me sorprendió más y voluntariamente corrió hacia mi, llorando y abrazándome, sin importarle de que se tratara de un desconocido.


— Lo entiendo, señor. Mi gatito también se murió. Pero no se preocupe, vi en la tele que los gatitos se van al cielo. — todo esto lo dijo mientras continuaba sollozando.

 

Miré a su madre, buscando la conformidad de la misma. Ella asintió con la cabeza y acto seguido, me agaché y lo envolví entre mis brazos.

 

Lentamente, la madre se acercó y volvió a abrazar a su hijo, esta vez calmándolo.  Ella volvió a mirarme, pero esta vez era la misma que me mostró cuando se me declaró falsamente. 


— ¿Quieres un gato? —dijo ella, pero recordando algo, se disculpo con la cabeza y continuó hablando —Perdón, cuando termine el duelo. Mi hijo me insiste con respetar el duelo por la muerte de nuestro gato anterior, supongo que también querrás esperar un tiempo para incluir a otro gatito en tu vida.

— Si, aunque podría estar recuperado en un par de meses.

— Es fantástico, justo tengo a una vecina que tiene una gata que dará a luz pronto. En un par de meses, ellos estarán listos para recibir una nueva familia.


Compartimos números telefónicos para continuar en contacto. Ella y su hijo se despidieron y se alejaron, adentrándose al centro comercial a paso lento.


“Espero que esto no sea otra tonta apuesta”, dije para mí mismo mientras caminaba sonriente hacia la salida.

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