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Dos versiones de una historia casi olvidada


Esta ocasión escribiré una breve introducción. Esto empieza hace mucho tiempo, cuando quería participar en un blog con una historia original. "Cursivas" siempre fue un intento de historia que intentase hablar sobre un personaje llamado "Shaun" y su cuadernito en el cual escribe cosas. Él le llama Cursivas porque, seamos sinceros, es un puberto y quiere sonar algo cool.  En ambas solo me quedé con el capítulo 1 y luego dejé de escribir, probablemente aceptando mi fracaso como escritor.

Hasta hace poco (un par de meses), revisando mis apuntes, pensé que esta historia necesitaba un nuevo enfoque, algo distinto. En fin, no creo que valga tanto la pena, teniendo tantas historias pendientes como 55, la chica que escribe fanfics y otros relatos que tengo escritos. Es por eso que dejaré estas historias en este querido y antiguo blog, aunque no sé si la segunda historia seguirá en Errror de Imprenta.

 Primera Versión - Escrita en el 2010

 ¡No es un Diario!

 Shaun se dispuso a analizar las palabras que había escrito. Soltó un bufido y cerró el infame cuaderno empastado en el cual sus letras se encontraban plasmadas. Indignado, decidió desaparecer de su campo visual esa libreta. Guardó el cuaderno en su escritorio y cerró el cajón con llave. Miró la biblioteca personal que poseía en su habitación, cada uno de los libros estaba ubicado en orden cronológico; todos eran regalos de cumpleaños pasados.

Su padre es propietario de una pequeña imprenta. Fabrica toda clase de libros y se especializa en hacer encuadernados y mantenimiento a libros viejos. Aparte, es un amante de la lectura. Esa era la razón por la cual el muchacho creció amoldado por la literatura y los libros que tenía a su alcance.

Desde que cumplió los cinco años – edad en la cual aprendió a leer–, recibía libros como regalo. Éstos eran ediciones poco comunes y muy valiosas. El encuadernado era del tipo cartoné (comúnmente conocido como “encuadernado de tapa dura”), y el dorado grabado de la portada, en bajorrelieve y de letra elegante. El color del empastado siempre variaba. Ése era el motivo por el cual Shaun aguardaba con tantas ansias su onomástico.

 -¿Por qué tuvo que elegir un título como ése? – se preguntaba a sí mismo mientras recordaba su último cumpleaños.

 Remembranza

Un despejado día de domingo. Un domingo como cualquier otro. A Shaun no le agradaba mucho el sol, así que decidió quedarse en casa y leer unos cuantos libros. Recibió unas cuantas llamadas por parte de sus familiares, mientras que otros fueron personalmente a saludarlo y entregarle regalos. Pero a él solo le interesaba una sola cosa, y aunque la anhelaba, no se exacerbaba. Hasta que el momento llegó. Su padre tocó la puerta de su cuarto. Sin perder los estribos, le abrió y lo dejó pasar. Su madre se limitó a observar desde afuera. El progenitor extendió el libro, el cual mostraba en la portada el título de “Cursivas”. La tapa era de color azul. Sonrió, pensando que en esta ocasión se trataba de una novela romántica. Ingrata sorpresa consiguió al divisar las páginas vacías. Cuando el joven estuvo a punto de reclamarle, su padre intervino.

- No te precipites. No es lo que te imaginas. Cursivas no es un diario. –Dijo su padre, convencido.

- ¿Entonces? –preguntó Shaun, aturdido.

- Es un cuaderno de pensamientos.

- ¿Pensamientos? – el hijo seguía sin entender –. Un diario también contiene “pensamientos” de la persona que lo usa.

- No estás equivocado. Aunque existe una “diferencia” –su padre continuaba sonriendo–. La diferencia es ésta: no importa si una idea no tiene relación con otra. No existen reglas en él. No importa si escribes palabras aleatorias. Exprésate como quieras.

- ¿Y la razón?

- ¿La razón?

- Si, la razón. No me regalas libros en vano – Shaun levantó levemente el volumen de su voz-. Cada uno de ellos muestra tus intereses y preocupaciones hacia mí.

- Sí, tengo una razón. No eres muy sociable, y eso me preocupa. No explotas tu creatividad. Todas esas ideas en tu mente, tarde o temprano, terminarán por frustrarte.

- El escribir algo en esto… – Shaun suspiró– es aún más frustrante. Y vergonzoso.

- ¡Dale una oportunidad, muchacho! La frustración es temporal, solo es cuestión de costumbre. Y si te preocupa que alguien más lo lea, llévalo contigo a todos lados, o ponle un pequeño candado. O escóndelo. Lo que sea, pero escribe en él, te va a servir. ¡Te lo aseguro!

- Lo intentaré –dijo Shaun con poco entusiasmo.

- Bien, pero no te fuerces a ti mismo. Cuando lo veas necesario, escribe algo pequeño, sin importancia.

Shaun volvió en sí. Evocar las palabras de su padre le hizo reflexionar una cosa; lo que había escrito era tan sólo el primer paso. Ya se acostumbraría. Abrió el cajón de su escritorio, extrajo el cuaderno y lo puso junto con los demás libros.


Segunda Versión - Escrita en el 2015 en Errror de Imprenta

 Queridas Cursivas:

 Hoy inicia un nuevo comienzo. He decidido dejarlo todo y a todos. No es que los odie ni mucho menos, pero este viaje es solitario y  nadie puede acompañarme en él. El mundo se distorsiona y las letras, los colores, los sabores, las emociones y las canciones son distintas. Los rostros  se han deformado, creando seres grotescos que no puedo reconocer. Escucho sus voces, su tono intenta ser amable, condescendiente, más no les hago caso. Ya no puedo hacerlo, no hay vuelta atrás. He recreado el lugar en el cual vivía, lo he convertido en algo con el cual ya no tendré ningún cariño. ¡Ya no más!

Por cierto, si es que alguien está leyendo estas líneas (aunque lo dudo, ya que no dejaré que nadie lea este cuaderno, pero cualquier cosas puede pasar), “Cursivas” no es un diario. Es un cuaderno de pensamientos libres y sueltos. Se puede hacer y escribir cualquier cosa, en cualquier momento. Así que en vez de estar  husmeando en los objetos ajenos, ¡consíguete tu propia “cursivas!

Durante varias semanas, Shaun había notado un cambio muy  particular entre sus compañeros de clase. Todo empezó cuando el profesor de Psicología, que también era su tutor, les invitó a que escribieran un diario.  El tema no surgió de la nada. Todo empezó cuando hablan acerca de la importancia de conocerse a sí mismo, de saber lo que uno siente y piensa, ya que la adolescencia es una etapa con cambios, con emociones cambiantes, con sensaciones nuevas, con cambios físicos nuevos.

Los jóvenes estaban tan cansados de la típica charla que el aula se inundó de un sopor  evidente,  incluso el profesor empezó a bostezar.  El profesor detuvo su discurso para regañar a varios alumnos que empezaron a arrancar hojas de su cuaderno y convertirlas en bolas de papel. Cuando el maestro se disponía a reanudar su charla, una alumna levantó la mano e hizo una pregunta que parecía fuera de lugar.

- ¿Qué es un diario?

Algunos alumnos empezaron a reírse, ya que sentían que la pregunta era demasiado ridícula y obvia. Sus risas se apagaron al percatarse que nadie más aparte de ellos lo estaba haciendo. Luego de unos segundos de silencio, el  maestro suspiró.  Acto seguido, tomó el plumón acrílico y escribió dos palabras: “Vida diaria”. Les explicó de manera breve que el diario era un cuaderno exclusivo para escribir los acontecimientos que ocurrían en su vida diaria, nada más. No importaba la cantidad de hojas escritas, la caligrafía y la ortografía, lo importante era escribir un poco de su día en ella. Inclusive se podía dejar algunos días sin escribir. Todo eso dependiendo del escritor. Al final, aprovechó para conectar el tema que había estado hablando al principio con el tema de los diarios. La charla se convirtió en un debate que duró el resto de las dos horas que el profesor tenía con ellos. Incluso tocó el timbre de salida y la mayoría de alumnos aún discutían entre sí sobre los diarios.

Al día siguiente, varias alumnas empezaron a traer a la escuela cuadernos muy coloridos, con  imágenes de algún cantante pop de moda. Ellas juntaban sus carpetas y compartían sus diarios en un acto de confianza. En algún momento, una de ellas soltaba una risita que era aplacada por la propietaria del cuaderno. Luego, otra de ella no pudo aguantar más y leyó algunas líneas del diario de una tercera. Esto hizo que el aula entera comenzara a tomar más interés en el tema de los diarios, y no como una conversación interesante de un día.

No tardó mucho tiempo para que los diarios se pusieran de moda en el colegio. La moda fue tal, que los vendedores ambulantes que esperaban a sus jóvenes clientes a las salidas, empezaran a vender cuadernos con tapas aún más llamativas, con una correa y un minúsculo candado que impedía la lectura no autorizada de personas ajenas.  Ese nuevo modelo de diario captó la atención de la clientela femenina y los diarios tomaron tanta fuerza, que algunos chicos también se animaron por conseguir su propio diario.

A diferencia de las chicas, los hombres no escribían tanto su día, sino que a veces escribían chistes o algunas cosas que escuchaban por allí. Otros colocaban trucos de algunos juegos o hacían toda clase de actividades no tan relacionadas con el asunto del diario. Aun así, el tema del diario influyó tanto en el alumnado, que no tener uno significaba el aislamiento social.  Es por ello que los más pobres, buscaban algún cuaderno de años anteriores que estuviese vacío, les quitaban las hojas usadas, les quitaban el forrado y colocaban con lo que podían las palabras “Diario”. Uno de ellos se entusiasmó tanto, que escribió 8 hojas, contando las cosas que había hecho una semana antes, para así decir que ya había tenido un diario desde antes que le hubiesen preguntado pero por falta de memoria, lo había olvidado.

Shaun había visto esta moda con molestia, incluso con indignación. Para él, escribir era un don único del cual sólo los mejores, los más hábiles y dotados en el arte de la literatura podían plasmar sus ideas. El resto de personas que osara manchar el nombre de las letras escribiendo cualquier otra cosa, merecía ser colocado en el cepo, en la horca, en la silla eléctrica o en algún otro método de ejecución.

Al principio, Shaun se había salvado de las preguntas inquisitivas por parte de sus compañeros de salón –ya que el fenómeno “Diario” se había originado en su clase, 3ro “C”- , pero ya no pudo pasar desapercibido cuando la moda se esparció por todo el colegio. Sus amigos le decían que tener un diario era lo mejor, que por qué no te consigues uno, Juanito usó el cuaderno de arte del año pasado y nadie le ha dicho nada, tu familia trabaja en una imprenta, de seguro que tu viejo te puede hacer un diario bien chévere, por qué no le dices que nos haga uno a nosotros, ya pe’, dile a tu viejo que nos cobre barato, oye, para mañana no te olvides.

El tema del diario se volvió cada vez más frecuente, tanto que el propio Shaun se enojó y les dejó bien en claro que no se prestaba para esa clase de modas y que detestaba todo lo relacionado con los diarios. Sus amigos guardaron silencio y no le volvieron a tocar el tema. Está actitud causó que Shaun fuese aislado del grupo por todo aquel año. Nadie en el salón le volvió a hablar, incluso cuando la moda de los diarios desapareció. Incluso cuando las memorias quedaron olvidadas en un rincón, escondido entre otros libros, debajo de la almohada, detrás de la mesa de noche, olvidadas en la casa de algún primo, usados como bloc. No le hablaron cuando tuvieron que realizar un trabajo de grupo y les faltaba una persona, ni cuando se realizó una colecta para entregarle un regalo al tutor por su cumpleaños, ni cuando fueron de paseo a las afueras de la ciudad, ni cuando nadie hizo la tarea, ni cuando acabaron las clases, ni cuando se reunieron en vacaciones para saber cómo les había ido y tampoco cuando empezó el nuevo año escolar y la mayoría de ellos volvían a ser compañeros de salón. Shaun quedó marcado como el antisocial del grupo, pese a que él nunca volvió a tener una actitud negativa.

¡Malditos diarios!

Shaun cambió de personalidad .Se volvió más huraño, más distante, más frívolo, más insensible, más silencioso, más solitario. Pasaba todo el día leyendo cualquiera de los libros que encontraba en casa. Desde libros de cocina, libros de informática, libros de matemática, libros de historia, revistas, folletos, periódicos e incluso leyó la Biblia, el Corán, el Libro del Mormón y unos cuantos libros que le regalaron unos Testigos de Jehová.  Cuando no leía, ayudaba a sus padres en algún quehacer o recado. Y cuando terminaba de hacerlo, retomaba sus lecturas diarias. Los días pasaban y el nuevo año escolar le pareció igual de tedioso que el anterior.

Agradecía a los diarios por haberlo alejado del resto. Odiaba a los diarios porque menospreciaban la literatura, que ahora apreciaba aún más. Al final de cuentas,  estar solo le producía una sensación más satisfactoria, un nuevo ritmo a su alma, una libertad recuperada, como el animal que es soltado de su cautiverio y llevado a su lugar de origen, la selva, el aroma de lo natural, fresco, puro, único. Y pese a todo, algo faltaba. No podía entender por qué a veces miraba con un poco de melancolía aquella prisión a la que llamaba “sociedad”. ¿Acaso los extrañaba? ¿No eran sus conversaciones de lo más superficiales? Cosas como: Ayer me comí un pollo a la brasa con mi familia, estuvo muy rico, ví a Juanito conversando con Pedrita en el parque, estaban tan juntitos, que ya parecían novios, hoy juegan la final, ¡la final!, hay que ir a la playa mañana,  habla, ¿te apuntas?.  Nadie le hablaba ni de libros ni de historias. A veces le hablaban de alguna película que por coincidencia, era la adaptación de una novela que Shaun había leído. La conversación tomaba un nuevo color,  hasta que llegaba alguien más y le preguntaba si vió en las noticias al perro que interpretaba una canción de Michael Jackson con sus aullidos.

Dicen que los genes influyen en el comportamiento de las personas, los hijos en algún momento mostrarán comportamiento, actitudes e incluso puntos de vista similares a sus progenitores. Y, como si se tratara de un fino hilo, Shaun terminó convirtiéndose en la copia exacta de su padre cuando tenía esa misma edad.

Su madre le contaba con mucha alegría que conoció a Enrique en una librería. Al principio ella creía que él estaba dando una ojeada, pero al acercarse más, se percató que revisaba las hojas, las estiraba un poco, pasaba la hoja y repetía el proceso. Al finalizar el proceso que realizaba con precisión,  cerraba el libro, miraba el empastado y lo dejaba en su sitio. Ella dijo que fue amor a primera vista y, a partir de allí, le invadió una atracción, una sensualidad nueva hacia los libros. Ella comenzó a reflejar  las emociones que empezó a sentir por Enrique en los libros, en los miles de personajes, en sus aventuras. Él se volvía el héroe, el protagonista de la historia sin importar el género que fuese. Y eso convirtió a Mónica, la madre de Shaun, en la compañera silenciosa en las tardes después de la escuela.

Shaun escuchaba eso sin emoción, ya que su padre ahora era distinto. Todas las mañanas se despertaba con el cantar de los gallos y se dirigía al último piso a alimentar a Carmelo, el gallo que compró y que cuida todos los días como el mejor de sus luchadores, a pesar que Carmelo jamás ha pisado una arena de pelea, usado navajas o picoteado a otro gallo. Al terminar con el animal, Enrique descendía hacia la tercera planta, donde se encontraban algunos materiales que usaban para la imprenta. Revisaba el lugar y verificaba que los roedores y las polillas no estuviesen husmeando, a pesar que ya tenía medidas preventivas para éstos. Al ver que todo estaba listo, cerraba el almacén con cerrojo y luego volvía a descender, esta vez al segundo piso, en el cual vivía la familia, tomaba cualquiera de los libros que se encontrasen escondidos por allí y los tocaba, los leía por media hora y luego guardaba en su sitio. Era la hora del desayuno.

Shaun siempre creyó que su padre era un adicto al trabajo, un esclavo del capitalismo que trata de ocultar su opresión con una sonrisa falsa, para así hacer más llevadero su tortura.  Ahora, recordando la historia de su madre, lo miraba diferente: era el rostro de una persona que trabajaba en lo que le gustaba.  Y mientras pensaba en ello, empezó a buscar coincidencias, pistas, razones, recuerdos y sazones que lo guiaran en la búsqueda de la verdad, de su verdad.  Continuó avanzando por la rutina de su padre: Luego de ir a desayunar, iría a cambiarse y buscar su ropa de trabajo. Descendería al primer piso, no sin antes llevar el libro que se encontraba leyendo en la mañana y se despedía con un beso para su esposa.  Ya en el primer piso, encendía todas las máquinas que se encargarían de la labor y por momentos dirigía su vista hacia el reloj, sus ayudantes no llegaban.  En vez de amargarse tan temprano el día, decidía empezar con las labores él mismo e iniciaba con la impresión de los folletos, revistas, invitaciones u otros encargos que solía recibir. Ya a las 8 más treinta, empezaba a llegar Pedro, un hombre bajo, algo panzón y con la mirada caída. Pedro no era muy entusiasta para el trabajo, pero le agradaba tener a un jefe tan comprensivo y es por eso que podía llevarlo todo con mayor calma. Después llegaban los hermanos Jimenez, los brazos fuertes del grupo. Ellos se encargaban de la labor más pesada del trabajo y no era un problema para ellos. Levantaban paquetes enormes de papel con sus propias manos y llevaban los encargos con facilidad. Una vez, Shaun tuvo que reemplazar a uno de los Jimenez porque había surgido una emergencia y al día siguiente terminó tan cansando, que se quedó en cama hasta el mediodía.  Un poco más tarde, casi a las nueve, llegaba Andrea, la recepcionista y  diseñadora gráfica suplente.  Pese a ser una chica con un excelente atractivo, se vestía de manera sobria y poco llamativa.

El diseñador oficial era un cargo que estaba bajo constante rotación. La mayoría de los jóvenes no veían con buenos ojos a la humilde imprenta del señor Enrique y empleaban el lugar como un trampolín.

Las labores en la imprenta se iniciaban oficialmente a las 9 a.m. A esa hora se abrían las puertas y se iniciaba la atención al público. El área de recepción ocupaba una pequeña parte de todo el lugar. Sillas de plástico colocadas alrededor de las paredes y en el centro, una mesa con muchos de los trabajos elaborados por la empresa se encontraba perfectamente colocados, uno al lado de otro. Las paredes también tenían afiches o gigantografías de muestra para ayudar a guiar al cliente sobre lo que deseaba escoger. La sala de recepción terminaba con una pared hecha de Drywall color azul, hecha especialmente para que el cliente pueda ver los trabajos de la empresa sin tener que entrar al área de los diseñadores.  También tenía una pequeña puerta al lado derecho, en caso Mónica tuviera que salir. Y al lado derecho había otra puerta, que se encontraba normalmente cerrada, pero se podía entender que allí se encontraba el equipo del trabajo.

Una de las ventajas del hogar del señor Enrique era que se ubicaba en una esquina, así que el primer piso tenía tres entradas distintas: La principal que daba a la recepción, una segunda puerta, enrejada, en el cual podían observarse las máquinas y a las personas trabajando, y la tercera que llevaba directamente al segundo piso. 

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