Ir al contenido principal

El poeta que me odia




En muchas ocasiones las palabras duelen más que los golpes y un verso puede herir más que un insulto. Es por eso que un poeta es capaz de convertirse en un enemigo formidable, en un villano dispuesto a lastimarte de formas inimaginables. Tuve que aprender de forma empírica este hecho, haciendo enojar a un poeta a tal punto, que llegó a odiarme. 

Conocer a un poeta es como encontrar un libro usado, tiene una historia completamente diferente a la que tiene escrita en sus páginas. Asimismo, a pesar de la apariencia poco ortodoxa del poeta (polo de anime, zapatillas nike y jeans azul marino), era un excelente en su labor, y sus capacidades estaban muy por encima del aficionado promedio que le habla al amor o la desdicha. Por el otro lado, yo era un escritor de cuentos sin un estilo definido, perdido entre sus inseguridades y temores, aparte de ser un aprendiz de poeta. Esta era la razón por la cual quería conversar un poco más con alguien con la pericia en el mundo de las letras. Y volviendo al paralelismo de los libros, pude ver la portada de primera mano, leído sus páginas en forma de verso y publicaciones de Facebook, pero todavía faltaba el contexto, ese relato ulterior que esconde cada persona y que en ocasiones lo define por completo y, en otras, lo convierte en una paradoja. El poeta era el segundo, su vida era de todo menos una poesía: familia tradicional que lo llevaron a una vida estable y sin altibajos, tuvo amigos, familia y una que otra novia, pero nada que influyera de forma directa su carrera. Simplemente descubrió su talento cuando su maestro de literatura le dejó una tarea, en la cual consistía escribir un soneto. El poeta lo redactó sin mucho problema, empleando cada uno de los requerimientos y recibiendo las felicitaciones de su docente y de toda la clase. Tras este descubrimiento, empezó a ganarse la vida con su nuevo talento, escribió pequeños versos a sus compañeros, los cuales se los regalaban a sus fugaces enamoradas. Mientras que permanecía en la soledad, algo le fascinaba en su quehacer como escritor; una parte de ese amor que correspondían estas mujeres en realidad le pertenecían, sus suspiros nacían de su poesía y aunque había recibido el pago acordado, seguiría siendo el artífice legítimo, el amante anónimo oculto entre las rimas. 

Nunca quiso dedicarse a esto. Por esto, cuando terminó la escuela, se preparó para postular a la universidad. Fracasó en dos intentos, pero en el tercero logró ingresar por poco a la carrera que más le interesaba. Es en este lugar en el cual desarrolla su doble personalidad, la de un estudiante de ingeniería a la luz de todos, mientras que en las sombras se ocultaba el poeta, el cual escribía casualmente en las paredes de los baños. Y sin más dificultades e historias que contar, el poeta terminó su carrera y se dedicó a trabajar por unos años en su rubro (nunca quiso contarme qué ingeniería había estudiado) y hacer dinero para su otra afición: la cultura japonesa. 

Es esta cultura japonesa la que nos terminaría juntando, ya que ambos participábamos en el mismo foro, intercambiando comentarios en los mismos lugares: foro de anime y de fanfics. A diferencia de sus poemas, sus fanfics eran demasiado fantásticos para mi gusto, interpretando de formas antojadizas las historias y deformando los arquetipos de los personajes. Sin embargo, siempre dejaba entrever su habilidad por la prosa y les escribía diálogos poéticos a sus personajes, captando la atención del público por razones diferentes. Es por ello que le sugerí que escribiera solo los poemas y los publicara en un post aparte; esto causando un aumento considerable en sus visitas y la felicitación de cada uno de sus lectores, incluyéndome. Esta se convertiría en la era dorada de nuestro amigo el poeta, el cual finalmente mostraría su potencial al mundo, brillaría por primera vez en un escenario que le pertenecía desde hace mucho.

Cuando nos encontramos, él me contó que había recibido una invitación para participar en una revista. Me contó que dicha revista le pidió que escribiera una prosa, un cuento corto sin un tema en específico. Se sentía un poco incómodo, porque él también sabía que este tipo de textos no era su fuerte, pero al mismo tiempo se sentía responsable por hacerlo, ya que la revista tenía un alcance internacional y ya se habían molestado en llamarlo. Entre ambos tratamos de barajar algunas ideas y al final elegimos la redacción de un relato escrito con prosa poética. Porque si quieren un poeta, lo tendrán en todas sus formas, le dije. 

El poeta terminó escribiendo el cuento, que tuvo una aceptación mayoritaria en los lectores de la revista, que le pidió repetir la dinámica en un par de ocasiones más. Sin embargo, el poeta rechazaría la invitación porque no se sentía lo suficientemente cómodo. A cambio, el entregó a la revista varios de sus poemas inéditos que, al final se terminaron publicando en una pequeña sección de la revista que más tarde se convertiría en un espacio fijo que sería ocupado por otros poetas contemporáneo. 
Es después de su éxito con la revista, que no volví a conversar con él de forma presencial. Ambos estábamos muy ocupados y vivíamos muy lejos como para quedar y conversar. Así que empleamos la virtualidad de las redes sociales para continuar en contacto, hablando de temas relacionados con la literatura y el anime. Sin embargo, un hecho que cambiaría nuestra relación para siempre sería la aparición de la vida extraterrestre. Pequeñas criaturitas llegadas del espacio profundo, contactarían con los seres humanos y les pedirían asilo, su planeta había sido sometido a una catástrofe estelar que los obligó a viajar durante muchos años, hasta llegar a nuestro sistema solar. 

Como todo, existen bandos de todo tipo: los incondicionales y los intolerantes. Los primeros quieren abrazar todo lo que se les acerque sin miramientos, son seres inteligentes y tienen derecho de vivir con nosotros y es nuestra obligación darles refugio, comida y abrigo. Los segundos, desean su destrucción. Creando toda clase de fantasías malignas, tratan de asustar y demonizar a los visitantes y decir cosas como que son parte de la vanguardia y están preparando una invasión a gran escala, deberíamos tenerlos en cárceles, ya que son peligrosos. Y al primer caso a favor o en contra de estas criaturas, ambos grupos empiezan su pugna, lanzándose los adjetivos e improperios más salvajes que pueden leerse y oírse. Pero también existe un tercer bando, el cual suele ser el más mayoritario: los grises. Personas que tienen opiniones a favor de un grupo y de otro, no pudiendo decidirse del todo. Se les considera los tibios, los que no aportan nada, los que son rechazados por ambos bandos. Y entre esos grises, estaba yo.

Creyendo que estar en el centro era lo más lógico, consideraba que los pequeños visitantes debían ser recibidos, pero también guardando las distancias y pidiendo explicaciones. Esta última declaración fue la que me llevó a enemistarme con el poeta, el cual, sin decir una sola palabra, observaba mis opiniones y se mantenía en silencio, ningún comentario o mensaje de su parte. Llegó el punto en que no podía ver su cuenta, no le pude mandar mensajes ni llamarlo si quiera, me había bloqueado por completo.
Esto no me sentó del todo bien, así que un día pensé encararlo y lo busqué en el centro comercial en el que nos conocimos en persona aquella vez. Su mirada fulminante atrajo mi atención, pero antes que pudiera acercarme, el susurró unas palabras. Como si se tratara de un encantamiento, perdí el control de mi cuerpo y empecé a dejar de distinguirlo. Su figura se tornó difusa, extraña, hasta el punto en que no pude distinguirlo más, se había convertido en una presencia camaleónica que me rechazaba de la existencia, o tal vez, era yo el que había desaparecido y no me percataba de aquello. 

Es una hipótesis mía, pero creo que a partir de ese momento, mis historias empezaron a ser ignoradas. Las personas creían que era un anónimo el que las había escrito y, por culpa de esto, mis relatos quedaron regados por la web, huérfanos de su verdadero padre que aún padece de una maldición perpetua, un hechizo poético que tal vez, jamás se deshaga.

Comentarios