Era más de las tres de la tarde, hora en la me disponía irme a mi casa, cuando vi a Julito con los ojos llorosos, acompañados con algunos compañeros de su salón y solidarios de otros grados. Al principio pensé que se trataba de algún problema entre niños y, por curiosidad, quise averiguar algunos detalles concernientes al hecho. Pregunté al alumno más cercano sobre lo que ocurría y las razones por las cuales Julito, alumno de cuarto grado de primaria, sección “A”, sollozaba desconsoladamente. El menor respondió con una sola palabra: injusticia; dejándome mucho más desconcertado que al principio. Julio Gómez, conocido por sus amigos y algunos profesores con el diminutivo de Julito, tenía toda la apariencia de ser un niño retraído y mimado, ya que la primera vez que lo vi con sus zapatos muy bien lustrados, su camisa impecable y el peinado escolar que para mis prejuicios se terminaría convirtiendo en blanco de los abusones, fue ganando confianza entre todos, cosa ...