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Amores Gatos




Odio a los gatos. Realmente los odio. No sé desde cuando, donde ni porqué. Simplemente los odio. Su forma de caminar, de mover la cola, de ronronear. Animales engreídos y ególatras. No los tolero. No, claro que no. Aun así, he tenido que soportar a mi hermana pequeña y su “minino”. El animalejo se comió un día mi almuerzo, tiró todo el arroz por el piso y se llevó el delicioso bistec. ¡Maldito! Casi lo ahorco. Pero no lo hice. ¿Por qué no lo hice? Le culpo a Edgar Allan Poe y uno de sus cuentos, “El gato Negro”. Tengo miedo de llegar al extremo de matar a un animal, mi repulsión es enorme, pero tampoco soy partidario del abuso animal.
 
Al final, mi hermanita tomó al peludo y lo abrazó, como si lo estuviera protegiendo (en realidad lo estaba asfixiando). Ella me mostró su pequeña y rosada lengua, para luego decir: “Tonto y lento, Negro no tiene la culpa de que seas tan tonto y tan lento.” Oh claro, que nombre tan original para esa bola de gérmenes al cual tanto adoras.
 
Ésa es mi vida diaria. Pero eso no me importa, ya me acostumbré. Es como andar quejándose de la música del vecino. No importan cuanto lo intentes, no podrás cambiar sus gustos. Lo mismo pasa conmigo.
 
Aquellos días cambiaron. No, no cambiaron. Cambié yo, por así decirlo. Seguía odiando a aquel gato negro, pero cada vez que lo miraba, me recordaba a alguien. A ella. Aquella chica que conocí en el centro comercial, una tarde de sábado. Un día que decidí pasear sólo por allí. Un día cualquiera.
 
Los sábados laboro medio día. Normalmente regreso a mi casa, a descansar. Pero ese sábado, fue distinto. Se me ocurrió ir al centro comercial cercano a mi trabajo. Nada importante. Cinco pisos de ropa, algunas tiendas con objetos interesantes, una tienda de animes y cultura japonesa, otra tienda con muñecos de colección como Star Wars, una tienda de libros. Y en el último piso, una única tienda de videojuegos. No significa que la tienda ocupaba todo el piso. Las demás tiendas se encontraban cerradas, abandonadas. Era el lugar idóneo para que los jóvenes se reunieran a conversar y hacer toda clase de cosas. Se los dejo a su imaginación.
 
Sentí curiosidad por un juego. Compré unas fichas y me puse a jugar un rato. Acabé sin pena ni gloria. Al menos me he divertido, dije a mis adentros. Di unos cuantos pasos, hasta que escuché una voz muy aguda, dulce. No puedo negarlo, su voz era suave y seductora. Si tengo que compararlo con algo, era como si me estuviese ronroneando.
 
- ¡Espera, espera un momento! – dijo la chica. Claro, no la había visto, pero inmediatamente supuse que era “ella” y no “él”.
 
- ¿Ah? – fue lo único que atiné a decir.
 
No pude decir más. Sus enormes ojos estaban fijos en mí. ¿En mí? ¿O era un error? Por efecto, volteé hacia ambas direcciones. Izquierda, nadie. Derecha, nadie. ¿Yo, soy yo?
 
- Sí, a ti te estoy hablando – soltó una risa, pequeña y casi imperceptible, pero mi organismo actuó más rápido que mi cerebro. Me sonrojé.
 
- ¿Ah? – volví a usar esa “palabrita” – Disculpa, ¿Que deseas?
 
- ¿Quieres ser mi novio? – En ése mismo instante, miré su rostro. 
Sus labios eran muy delgados. Sus ojos eran marrón claro y muy grandes. Sus pestañas también eran largas. No sé si son naturales o no. Su ligeramente respingada y diminuta nariz. Su rostro, grácil y fino. Su estatura, menos de 1.50m. Su cabello, largo y lacio. Su vestimenta, ya ni la recuerdo.
 
Me quedé pasmado. Ella me miraba fijamente. Yo no me dejaría vencer. La miraría fijamente y la obligaría a reírse. Era una broma de mal gusto y lo sabía. No, ¿Por qué me estoy acercando lentamente a ella? ¡Cerebro, avísale al resto de mi cuerpo que es una vil mentira. ¡No la intentes besar!
 
Ni cuenta me había dado que me encontraba a escasos 5cm de sus labios ( no sean quisquillosos, es una medida aproximada). Cerré mis ojos y sentí como su mano derecha recorría mi rostro. Luego, sentí una pisada y abrí los ojos.
 
- Ya ven. ¡Lo logré! ¡Ahora suelten todo su dinero! – la muchacha desapareció de mi campo visual inmediato. La busqué con la mirada y la encontré cerca del local de juegos. Estaba junto a otras tres chicas. Una de ellas me miraba. Indignado, recordé aquella única ocasión en la cual traté de ser amable con “Negro”. Lo acaricié, empezó a ronronear, hasta que el desgraciado clavó sus garras en mi pierna. ¡Rayos!
 
Ya no podía estar en ese lugar. Ya no volvería a ese lugar. A la distancia, antes de abandonar el piso, escuché la voz de una de sus amigas, era tenue pero yo la entendí perfectamente:
 
“Graciela, era una apuesta, no hay razón para que te sonrojes”
Ahora que lo pienso mejor, no volví a ver su rostro. Ella huyó. No, no debo seguir pensando en eso. Odio a los gatos y punto.














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Comentarios

  1. Jajaja, divertido e interesante. Empieza con pereza, continúa con adormecimiento y de pronto la chispa.

    Muy realista. Los gatitos son así, cuando los acaricia alguien que sabe que no los quiere primero se dejan y luego lo rasguñan, para que aprendan quien es el amo.

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  2. Miau Miau... este fue mi favorito, lo sabes, y es que me encanta como trata el gato a su "odiador", gatos consentidos son los peores, pues nos ven como un juguete mas, y su hermosa naturaleza me hace soportar incluso a los mas insoportables.

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