Ir al contenido principal

Yo amo Corea (del Norte) - Prólogo

…Yo amo Corea (del Norte) – Prólogo…

Resultado de imagen para bandera de las dos coreas

El niño de rasgos orientales mira el espejo. Algo sucio y vestido con harapos. Delgado, no recuerda cuando fue la última vez que probó alimento. Sus ojos, su mirada. Si podría describirse con una sola palabra, “ira” es la adecuada. Sus manos, manchada de la sangre de su padre, formaban dos puños mantenidos rígidamente a los lados de sus muslos, temblando. Sus piernas también denotaban algo de miedo e odio, como dos columnas deterioradas a punto de colapsar.
Su reflejo sólo lucía diferente en un único aspecto, su rostro denotaba tristeza. Por lo demás, lucía idéntico al original. En un momento, una facción de segundo, un instante, alguien susurró unas palabras, como una pequeña brisa:
- ¿Por qué? – dijo el niño.
El reflejo no respondió. El volumen cambió. Ya no era una brisa, más bien era el sonido de un fuerte viento huracanado.
- ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué mataste a mi padre?! – increpó.
El jovenzuelo no obtuvo réplica.
- ¡Papá nos iba a llevar a Pyongyang! ¡Serviríamos al querido líder! ¡¿Por qué destruiste nuestro futuro?!
- Ma-má – algo más parecido que el sonido de una aguja caer, se escuchó como respuesta.
- ¡Mamá! ¡Esa traidora! ¡No sé de dónde sacó la idea de escapar! ¡¿Por qué tendríamos que escapar?! ¡Éramos una familia feliz! ¡¿Cómo lograron lavarle el cerebro?! ¡No lo entiendo! – bramó con mayor ira.
- Mamá está muerta – el reflejo contestó –. Papá lo mató. Yo tampoco entiendo eso.
- ¡Ya te dije que le lavaron el cerebro! ¡Mi padre hizo lo correcto! – miró lacónicamente hacia un lado – Si no lo hubiese hecho, nosotros… ¡No! ¡Lo que hiciste nos terminó por condenar! ¡Moriremos! ¡¿Lo entiendes?! ¡Muertos!
- Mírate. Ambos somos cadáveres. Estamos muertos.
- ¡Aún no! ¡Teníamos esperanzas! Pero tú… tú lo mataste. ¡Mataste a nuestro padre!
- Lo hiciste tú. Lo hicimos ambos. Ambos somos “el asesino”.
- ¡No es cierto! ¡No es cierto! – el niño meneaba desesperadamente la cabeza.
- Es cierto y lo sabes. Tú y yo somos iguales. Tú y yo somos uno. Yo lo maté, tú lo mataste. Ambos, lo matamos.
- ¡No! – el niño se alejó presuroso de su precaria casa.
Corrió y corrió de todo lo que conocía antes. Huyendo de su infancia, de su pasado. Pese a todo, aún tenía en posesión el arma asesina. Tenía las esperanzas de que los fantasmas de la culpa lo dejaran de seguir. Él había disparado a su padre por accidente. Ellos, los que lavaron el cerebro a su querida madre, los verdaderos culpables. Escondidos entre palabras sucias más parecidas a roedores. Mentiras, una ligera capa de pintura que escondía la verdadera naturaleza de la pared. Americanos. Los odiaba más que a nada.
El tiempo no significaba nada. Veía el sol ponerse como si no importara nada. En esta ocasión, no había visto el ocaso. Al ver el color del uniforme, una pequeña línea cambió de dirección. Una parodia de sonrisa se mostraba en su rostro. El hombre, de mirada escueta, sostenía entre sus manos una taza con un extraño líquido. El niño no dijo nada, pensando que aquel era su verdugo y lo había capturado para que confiese sus crímenes.
El militar, como su padre, era un hombre de pocas palabras. Le dio la taza e hizo un gesto para que lo bebiera.
- No me importa tu pasado. Necesito descendencia. Tú serás mi hijo. El resto no existe. Ya me encargué de ello.
Era su salvador. No le importaba si le decía un “te quiero”. Igual esas palabras nunca las había oído de su padre. Le importaba más las acciones. Bebió el líquido con prisa. El único sabor que sentía era dulce, no por la bebida, sino por la nueva oportunidad que la vida le había dado. Afortunado.
- ¿Dónde estás ahora? – se dijo a sí mismo.
Safe Creative #1201290989504












































Comentarios