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Tres niños en el bosque




En un claro de un bosque cualquiera, tres pequeños hermanos vivían apaciblemente. Los infantes jugaban sin preocupaciones ni temores en la espesura de la naturaleza.

El mayor permanecía sentado en una piedra, mirando absorto a sus hermanos menores. El viento impelía sus rizados cabellos color oro. Murmuraba alguna cosa, casi imperceptible, dirigía su mirada al suelo, imaginando a una colmena de hormigas caminar bajo sus pies, para luego volver a mirar a otro lugar. El segundo hermano, un aventurero por naturaleza, trepaba por las ramas cual primate, buscando algo de  interés. Su cabello un poco más lacio, corto y de color castaño. Una ardilla y su nuez era su objetivo de turno. La llevaba persiguiendo por varios minutos.

El pequeño animal tomó impulso y se alejó del alcance del menor, para luego continuar ascendiendo entre las copas de los árboles más elevados. Al ver que le tomaría más tiempo para alcanzarlo, se bajó deslizándose por el tronco. Divisó a su hermano mayor y decidió acercarse y convencerlo para jugar juntos. El negó con la cabeza y continuó callado, mirando a cualquier lado. 

El segundo  se molestó. Entre gritos e  inocentes insultos, lo intentaba mover. Lo tomó de la muñeca, forzándolo a pararse. El mayor, entre sollozos impedía ser forzado a algo que no quería y se sujetaba como podía de la roca.

 - Déjalo, él disfruta del bosque sentado. Es feliz así. – la hermana menor, la cual regresaba de recoger algunas flores multicolor, les sonrió alegre. La niña de ojos castaños, cabello hasta los hombros y piel cobriza sabía la importancia de no dejarlos a solas, aunque ya había llegado y estaba dispuesta a apaciguaros.


 El segundo soltó un chasquido, el mayor un suspiro de tranquilidad. Le soltó la muñeca y decidió irse de nuevo, tal vez la ardilla estaba dispuesta a jugar, no como el aburrido de su hermano mayor. Antes de dar otro paso más, volteó y le dirigió la palabra a su hermana:


- No lo entiendo. ¡Se va a enfermar si sigue así! - creía fervientemente que su falta de actividad era un problema.


- No seas tonto -soltó una risita-. Cada uno de nosotros es diferente. Si lo fuerzas, será peor. ¿Cuántas veces tengo que decírtelo?


Ella tomó de la mano al segundo hermano y lo llevó hasta el mayor, tratando de tomar la mano de aquel. Sin embargo, trató de esquivar el agarre de su hermana, se puso de pie y se alejó de ambos.


El segundo hermano estaba a punto de enojarse. Adelantándose a la situación, ella no pronunció palabra o reacción alguna. Solo empezó a reírse. Se encogió de hombros. Entendía a su hermanita por su esfuerzo al intentar entenderlos, era la mediadora en sus disputas,  intentando mantener su sonrisa hasta al final. Tenerla a su lado la alegraba. Y su risa empezó a contagiarlo.


 El mayor daba la impresión de no entenderlos, más esto no era así. Los quería mucho, no obstante era más fuerte su deseo de viajar, de imaginar mundo y criaturas misteriosas las cuales  se asomaban por los rincones más impensables.  Disfrutaba tanto de sus fantasías, que a veces olvidaba donde estaba y rechazaba cualquier contacto físico.


Las risas de sus hermanos lo trajeron al mundo real. Los miró a ambos con extrañeza, los escuchó reír sin parar y se acercó a ellos. Al notar el cambio, ambos se lanzaron encima y le hicieron cosquillas.  Era su debilidad. No pudo más y empezó a reírse. Al lograr su objetivo, los otros dos se acostaron en el pasto, uno al lado del otro y se rieron también.


Eran niños felices, ellos con  camisa blanca  y  pantalones de tirantes y ella con un vestido entero de color celeste.  Sin adultos, padres ni reglas, se prometieron estar juntos por siempre.


Nadie supo la razón o el motivo. Una sombra siniestra se deslizó entre las ramas y las hojas. Avanzó por detrás de la cabaña en la que los hermanos vivían, se escurrió por la ventana abierta y cortó camino hasta la puerta principal. Sin hacer un solo sonido, se abalanzó contra los hermanos, expandiendo su forma y cubriéndolos con su oscuridad.  Y se fue.  El hermano mayor agachó la cabeza, el segundo buscó una rama y trató de seguirlo, fracasando.  La pequeña lloró, el segundo gritó  y el mayor, cabizbajo, suspiró. Esa sombra les había robado algo.


Habían perdido su infancia. Sin ella, el bosque tan solo era un lugar con diferentes tonalidades de verde y marrón. El cielo era tan solo un techo celeste claro. Los animales, objetos mecánicos con desplazamiento a voluntad. Y esa sombra ladrona, malvada y cruel, desapareció sin dejar rastro.


El mayor se puso de pie y fue el primero en dirigirse hacia el norte. Él único camino disponible para salir del bosque.


 - ¡Cuando lo encuentre, yo…! – El segundo abrazaba a su hermana desconsolada. Presionó su puño con ira y golpeó al aire.


- Espera, por favor. Vamos juntos, tengo miedo. – le suplicaba entre lágrimas a su hermano mayor y al más tímido de los tres.


 El muchacho se detuvo, extendió su mano izquierda. La menor se limpió sus lágrimas y corrió a sostenerse de su hermano. El segundo hizo lo mismo y sostuvo la otra mano de la pequeña. Así, los tres iniciarían lo que sería el viaje más largo de sus vidas. A la izquierda, el segundo hermano; al centro, la menor; y a la derecha el mayor de los tres.


El tiempo pasó. Sus cuerpos crecieron, sin  encontrar al culpable ni lo arrebatado. Caminando por el único camino. Día y noche, los tres no se separaban ni se soltaban. Mirando a un lado al otro, observando el rastro de los animales, el sonido de las aves, sintiendo el aroma del bosque. Y a pesar del paso de los años, sus corazones estaban seguros de algo.  


Recobrarían su felicidad.


Más el perder el preciado tesoro de la inocencia, de sufrir los efectos del tiempo y la infructífera búsqueda, haría efecto en sus cuerpos y sus mentes.


El mayor no pudo soportarlo. Sentía como el sonido de los barcos se alejaban lentamente. Ya no podía verlos, no podía escucharlos. No había nada, solo realidad.  Su corazón se encogió y su mente en los recuerdos del pasado se refugió.


El segundo, de cuerpo y mente sanos, era el más atento de los tres. Veía cosas que sus hermanos nunca llegaron a ver. Vio cosas horribles, escuchó cosas indecibles, sintió sensaciones indescriptibles. Y todo lo fue acumulando en su pecho, el cual lentamente comenzaba a latir lento, lento, cada vez más lento.


La menor, de cuerpo débil y tan delicada como un vaso de cristal se fortaleció. Sus lágrimas se cristalizaron y sus pasos se ensancharon. No entendía nada, solo sabía que ambos la estaban protegiendo de algo. Y lo odiaba. Odiaba sus  miradas esquivas, su indiferencia a las bromas o el desprecio por sus ramos de flores. Odiaba eso, pero entendía. Entendía, aunque no callaba. Se ponía a hablar de cualquier cosa, incluso si ambos estuviesen ensimismados, porque odiaba más ese silencio absoluto, la señal más clara del distanciamiento  inevitable.


Y ese momento llegó.


El mayor agachó su cabeza y no quiso caminar más. Unas pequeñas gotas de su ojos fueron derramados. Soltó la mano de su hermana pequeña, dio media vuelta.


 - Yo quiero continuar - susurró al viento mientras se sentaba en el suelo.


Estaba cansado, de no sentir, de no ver, de caminar, de sufrir. Quería avanzar a su ritmo, aferrándose a los recuerdos de un pasado más feliz.


Los dos hermanos restantes continuaron su camino. El hermano segundo  empezó a gritar, a decir cosas que la pequeña no entendía. Estaba renegando,  molesto por cargar con todo. Siempre actuando como el hermano mayor, cuidándolos a ambos. A veces pensaba en irse lejos, lejos de este bosque, en tranquilidad y sin la responsabilidad de cuidar a otros. O con la responsabilidad de elegir a quién cuidar por su propia voluntad.


 No odiaba a sus hermanos. Solo era la carga tan pesada, una carga a punto de ceder.


Su hermana se percató del estado de su hermano, o al menos lo supuso

.

- Él también está con nosotros. Ya verás que nos alcanzará.- sostuvo la pequeña, con una sonrisa fingida.


Ella continuaba sufriendo en silencio, guardando el dolor por dentro. No pudo proteger a su hermano mayor, sin embargo sabía entendía 


- Puedes adelantarte, si quieres. Siempre has sido el más rápido de los tres. Además, estoy segura que si encuentras algo peligroso, vendrás a avisarme. ¿Verdad?


Él no profirió respuesta alguna. Continuó caminando sin soltar a su hermana

.

Una  manada de animales se les cruzó en el camino. Iban en una dirección totalmente distinta a la suya, una totalmente desconocida y sin sendero. Un lugar lleno de espesura y penumbras.


- Debería seguirlos. Tal vez pueda encontrar un atajo.- mencionó el segundo.


No se sentía lo suficientemente seguro de aceptar la propuesta de su hermana. Tenía miedo de sí mismo, tenía miedo sus certezas. Necesitaba irse, lejos, hasta el momento en el que pudiese entenderse a sí mismo, o volverse más fuerte.


Soltó a su hermana, le acarició en la cabeza y se fue.


Ella ahora se encontraba sola.  Muy sola.


Entendía a sus hermanos. A pesar de no saber los detalles, comprendía su profundo sentir; anhelaban recuperar lo perdido. Por eso  estaba segura que los tres finalmente se encontrarían  al final del largo sendero.  A ella ya no le importaba la felicidad perdida, sino ansiaba la felicidad nueva, esa felicidad la cual guardaba con calidez.


 Aún era pequeña, pero cuando creciera, la compartiría.

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