Ir al contenido principal

Crónica de una indigestión.


Era un día cualquiera para un escritor “cualquiera” en un blog – valga la redundancia – cualquiera. Su comentario fue algo que cualquiera podría haberlo hecho, pero tuvo que ser Iván Thays. Por que si hubiese sido yo, nadie habría dado cuenta del caso. Unos cuantos “trolls” me tildarían de idiota y punto. Cero visitas al día siguiente.
El caso fue que como en las toda guerra, un pequeño detalle desató la gran guerra. Olvídense de Narcoterroristas siendo perseguidos en la espesura selvática. El blogger de “Vano Oficio” tuvo que escapar de las huestes hambrientas de sangre. Estómagos patrios insultando a no más poder. En la semiclandestinidad, Iván se vio forzado a pedir asilo en las escasas bibliotecas limeñas. Sus compañeros literatos no se quedarían atrás. Provistos de libros y ácidos comentarios, arremetieron contra el rey rival, Gastón Acurio. La guerra fue sangrienta. Digo “fue” porque ya no hay mucho que contar. Los disparos y ataques prosiguen, pero ya sin víctimas fatales.
Ahora las consecuencias. Las negativas serian las evidentes; olvídense de Rosario Ponce y su apodo de “tamalito”, también de Omar Chehade y los “microempresarios” de Wong. Thays necesitará un fuerte resguardo policial para su seguridad. Crearán muñecos para quemar en navidad con su rostro, acompañado de un plato de tacu-tacu y la frase que lo inmortalizó: “La comida peruana es indigesta y poco saludable”. Ya me lo imagino.
Ahora las positivas, ¡Comida gratis! Todos, o la gran mayoría de los Chefs peruanos están deseosos de demostrar lo contrario. Lo invitarán a eventos como el “Mistura”. Y quien sabe, lo llamarán a participar como jurado en concursos gastronómicos.  Evidentemente, el susodicho no aceptará. La razón, sencilla. Su opinión ya está forjada. Nadie ni nada lo hará cambiar de parecer. Y allí viene una idea que nació esta mañana, entre risas y lectura de páginas web.
Debo advertir que el texto a continuación es producto de mi imaginación y suposiciones, muy, muy superficiales. No he leído una biografía completa sobre él (solo he leído que ganó concursos, dirigió “Vano Oficio” en el canal estatal, TV Perú y eso). Exactamente, nació cuando leí la frase “ confieso que el motivo de este post, más que literario, es una pataleta”. Sí una pataleta. Un berrinche. Una niñada. Algo que los padres lidian constantemente. Algo sin importancia. Y esto me dice una cosa más; el odio de Thays hacia la comida peruana viene desde la niñez. Reseña larga ¿no? Si quieres saber como inició todo ese lío, entra al blog del escritor peruano pulsando aquí.

…Pataleta Alimenticia…






Es común entre los niños el desagrado de algunos alimentos. Si, tu también estás incluido. Pregúntale a tus padres las cosas que hacías cuando un crío apenas eras. Y el pequeño Iván, de 7 años de edad no era la excepción. Un amante de las letras desde su mocedad. Un enemigo acérrimo de un tipo de alimentos: La comida peruana. Una ironía. ¿Es normal que a una persona le desagrade la comida de su propio país? Si, es normal. En un sólo sentido.
El pequeño Iván divisó el calendario. Muy a su pesar era lunes. Lunes de terror. Lunes… de ¡lentejas! Se llevó una mano a la frente y la otra a su pobre estómago. Así como los lunes cuando ibas al colegio y a medio camino recordabas que tocaba formación y el cántico patrio (esto sucede en Perú, no conozco información respecto a las costumbres de países ajenos al mío). Terrible.
El niño se preparó para ir a clases. El desayuno era simple, un vaso de yogur de fresa y cereales, un par de tostadas, y nada más. No la había visto, ni deseaba verla, por ahora. La tendría que afrontar. Suplicaba que sólo por ese lunes no preparase lentejas. Suspiró aliviado, mirando la puerta de la cocina.
La escuela era tal por cual, como cualquiera. Con altibajos, amigos, enemigos, profesores, cuadernos, etc. Todo andaba bien, hasta que el timbre, alertando el final de las clases, sonó. Alegría para todos, tristeza para Iván. Era el momento de enfrentarse al destino. Si, destino marcado por sus padres.
Ya en casa, Iván caminaba despacio, evitando ser detectado por Catalina, la cocinera. Siempre lo intentaba y siempre lo pillaban. El niño siempre miraba hacia todas las direcciones, hasta que en un momento dado, golpeaba contra la enorme panza de la mujer. Morena, de ascendencia chinchana y criolla por naturaleza, Cati (como así la llamaban todos en la casa) llevaba preparando los alimentos de la familia por más de 10 años. Su especialidad era los platos peruanos. Los preparaba con una delicia superior, una sazón impresionante y placer infinito. Esa era la perspectiva de todos los miembros de la familia. Todos la querían, excepto uno.
El mismísimo demonio. Ésa era la imagen distorsionada del menor. No poseía un tridente, pero si un cucharón infernar. La enfrentaría. Mientras pensaba en ello, ya estaba sentado, frente al plato de lentejas y arroz. Cuando disponía lanzarlo hacia los aires, la morena mujer detuvo sus intenciones con celeridad.
- Hoy es lunes de lentejas y vas a comer todas tus lentejas -  pronunció con su voz gutural la mujer.
- ¡No quiero! ¡No quiero lentejas! ¡Nooo! – gritó el niño. Saltó de la silla y se tiró hacia el piso. Pateaba con ambas piernas hacia todas partes, mientras se revolcaba y gritaba. La cocinera aguantó exactamente quince segundos de su pataleta. Lo jaló de las orejas y lo volvió a sentar. Era hora de su frase común:
- Como buen peruano, debes comer lentejas. Si  no comes lentejas, no eres peruano.
- ¡No es cierto! – pronunciaba entre lágrimas Iván.
Fue forzado a comer su alimento de turno. Inmediatamente fue al baño, llorando y gritando. Deseaba no comer más lentejas. Pero la tragedia había terminado. Ahora le tocaba tener suerte. Si los lunes eran un suplicio, los demás días de la semana eran una tómbola; no se sabía si cocinaría un platillo nacional o extranjero.

Comentarios