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Recuperación

Recuperación.


Vanessa miraba su libreta de notas con tristeza. Por más que se había esforzado en subir las notas del curso que más odiaba –álgebra–, lo desaprobó. “Me van a matar”, se decía a sí misma. Incluso imaginaba lo que sus padres le dirían: “Hemos invertido tanto en ti, para que nos falles de esta forma”, “De seguro que estás así porque tiene ‘noviecito’”.
“La tienda de la esquina” indicaba que su casa estaba muy cerca. Tragó saliva. Inhaló exhaló exageradamente. Se llevó la mano al frente, limpiándose el sudor. Empezó a medirse el pulso. Sus latidos habían aumentado considerablemente, y sabía muy bien la razón: miedo.


Cada vez que Vanessa tenía miedo, preocupación e incluso enojo, se llevaba alguno de sus dedos –generalmente el meñique – a la boca, mordiéndolo a intervalos. No podía evitarlo. Cuando se dio cuenta que nuevamente tenía el dedo entre sus dientes, lo retiró. Volvió a mirar la libreta, volvió a sentirse triste al ver el color rojo del número al lado del curso de “Álgebra”.
 
Mientras tanto, en su casa, los padres de Vanessa ya sospechaban lo que iba a pasar. No eran unos tontos y sabían en que ocasiones en particular ella se entristecía. Visitaron unos días antes el colegio y conversaron con los profesores al respecto. Los padres decidieron no ir a recoger la libreta por un motivo muy particular. No querían hacerle sentir vergüenza.
 
Recordaron muy bien la reciente muerte de la mascota predilecta de su hija y del tiempo que pasó de luto. Era la primera vez que le había pasado algo semejante. Acordaron ser más comprensivos y no causarle más estrés a su hija.
Los padres miraron el reloj una vez más, ella se estaba demorando. La zozobra recorrió raudamente por todo sus cuerpos. Hasta que escucharon los pasos de su hija. La puerta se abrió.
 
– Hija… - pronunciaron ambos al unísono
 
– “…” – la joven no respondió al saludo. Mantuvo su cabeza agachada, mordiéndose el dedo meñique de la mano izquierda, sosteniendo la libreta con la mano derecha e intentando contener las lágrimas.
 
– Vane, hija –su madre se acercó a ella y le dio un abrazo.
Vanessa dejó de morderse el dedo también abrazó a su madre, dejando caer la libreta al piso. Las lágrimas se deslizaron por sus mejillas.
 
Los padres de Vanessa decidieron dejar el asunto zanjado, no lo volverían a tocar. Continuaron tratándola como siempre, como si no hubiera pasado nada. Eso no le agradaba a la joven. Ella sabía que les había fallado. Aún si le doliese, merecía un castigo. ¡Aunque sea una recriminación! ¡Algo!
 
Cada vez que intentaba abordar el tema, su padre contaba un chiste u otra experiencia graciosa. Ella no podía evitar el reírse, pero tampoco significaba que lo había olvidado. Tan sólo lo estaban aplazando.
 
Y así pasaron los días. Sin saber cómo arreglar su problema, ella se alistó para asistir su primer día en la escuela vacacional. Tomó su desayuno y se despidió de sus padres. Caminó pensando en la forma de abordar exitosamente la conversación sobre sus calificaciones con sus padres.
 
Al llegar al colegio, miró con semblante decaído el lugar: aulas vacías, alumnos con diversas actitudes; unos muy relajados, como si estuvieran tomando un paseo o yendo a una reunión social, mientras que otros –pocos realmente– no consideraban divertido el estar allí. Se acercó al mural, en donde se encontraban los cursos a recuperar y las aulas correspondientes.
 
Vanessa, totalmente deprimida, entro al aula y se sentó en una de las carpetas delanteras. Para su fortuna, todas eran personales. Suspiró. Cerró los ojos, tratando de pensar que todo lo que estaba viviendo no era real, y los volvió a abrir.
 
– Hola – reconoció de inmediato aquella voz.
 
– Pe-pe-pero… ¡Es imposible que TÚ estés aquí! – Vanessa se olvidó de saludar a su interlocutor por la sorpresa que se había llevado al encontrarse con EL.
 
¿Y quién era él? Sencillo, era considerado por todos como el mejor de la clase. Un coleccionista de medallas y diplomas. Un chico inteligente y estudioso. Alguien al cual podríamos catalogar acertadamente como “genio”. Detrás de un gran muchacho como él, existe una familia orgullosa. Acostumbrada al éxito, a la victoria. Y fallarles acaecería en desgracias.
 
Vanessa pasó de la preocupación a la tristeza. Víctor, el chico genio, apenas podía sonreír. Su rostro lucía muy mal, como si hubiese recibido una fuerte golpiza.
 
– ¿Qué pasó– Vanessa ni siquiera tuvo que pensarlo.
 
– Me caí. –Respondió lentamente el muchacho.
 
– ¡No!
 
– Me caí. Estoy muy distraído últimamente.
 
– ¡No es cierto! – Vanessa se levantó de su carpeta, sobresaltada. – ¡Tus padres…!
 
– Ellos no tienen la culpa. Me caí. Esa es la verdad.
 
Vanessa se llevó el dedo a la boca, pero no llegó a morderlo, únicamente tocaron sus labios, antes de que se le ocurriese otra pregunta.
 
– ¿Y por qué estás aquí?
 
– Es recuperación, ¿verdad? – Víctor se sonrojó y miró hacia otro lado– Pues... verás… he venido aquí porque, al igual que tú, necesito recuperar algo que perdí.
 
– ¿Eh? – dijo Vanessa, incapaz de decir otra cosa.
 
– ¿Puedo sentarme a tu lado? – Víctor miró el rostro de su compañera, esperando una respuesta.

Comentarios

  1. parece que esta historia se desarrollara de forma interesante, espero el proximo capitulo. Y algo mas... me paso algo asi en mi primer reforzamiento :( no se por que me hizo eso la profe de lenguaje, lastima por mis orejitas pues mi madre no fue tan comprensiva

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    Respuestas
    1. Gracias por leerlo, Maya. "Recuperación" es un cuento o también llamado por algunos como "Oneshot". Pero ella y lo que sucedió en esta historia, serán parte de una serie. Podemos decir que esto es un "preview" de lo que vendrá.

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