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El niño que no celebraba cumpleaños



"El niño que no celebraba cumpleaños"



Navidad y Cumpleaños, las fechas más esperadas por los niños y niñas. El  primero es muy especial,  ya que recibirán muchos regalos y comerán alimento delicioso; pero esa festividad es ampliamente superada por la segunda. ¿Por qué? Porque en el cumpleaños el niño es el centro de la atención, recibe todos los regalos, toda la atención. La fiesta, la torta, todo está preparado exclusivamente para él o ella.




Todos sus amigos están haciéndole compañía. La música es la que más le gusta. La torta tiene la forma de su personaje favorito, o al menos, de su sabor favorito. Sí, celebrar tu cumpleaños es genial.

Es por eso que los niños avisan con anticipación el acontecimiento,  por si a alguien se le olvida. “Sabes, mi cumpleaños es el lunes” o cualquier otra frase parecida será usada como recordatorio.  También mirará el calendario para saber cuánto tiempo falta, o preguntará a propósito a algún familiar si se acuerda la fecha en la que nació. 

Sin embargo, no todos los niños celebran cumpleaños. Hay niños que no le toman mucha importancia a sus cumpleaños, pero estos son muy pocos. En cambio, existe otro grupo de infantes, que por determinadas circunstancias no eran agasajados en su cumpleaños.

Paul era uno de ellos, un niño sin cumpleaños. Y no nos referimos a que no supiera su fecha de nacimiento. Él nació un 13 de Febrero de 1989. Eso está registrado en su acta de nacimiento. Sus padres lo saben, y aun así, no le preparaban una fiesta por cumpleaños. No recibiría regalos, ni  sus amigos lo visitarían, ni tendría fiesta, menos aún una torta. Y como todo niño, recordarlo a veces lo ponía triste. Observaba con cierta melancolía a los otros niños corriendo y bailando en sus propias fiestas de cumpleaños, mientras el miraba a la distancia, recordando que no podría disfrutar de ello.

Pareciera que los padres de este niño fuesen monstruos malvados. Eso no era así. Su padre vivía lejos, había formado una nueva familia, sin olvidar a su hijo y la madre de éste, brindándoles una manutención  modesta y oportuna.  En cambio, el caso de la madre es distinto. Ella quiere  mucho a su hijo, pero también ama profundamente a  Dios.  Lo ama de tal forma, que ella está dispuesta  a hacer cualquier sacrificio con tal de agradarle. Y celebrar cumpleaños estaba entre las cosas que no le agradaban a Dios, y por ende, que ella no haría.

El niño había sido educado de esa manera. “Los cumpleaños no le agradan a Dios”, “El hijo de Dios nunca celebró su cumpleaños”, “En los cumpleaños, reina la borrachera y el paganismo”. Lo había escuchado tantas veces, en boca de su madre, su abuelita, el pastor, los otros hermanos, e incluso de otros niños de la misma religión, que se lo sabía de memoria. Y a pesar de todo, el niño sentía tristeza, una pequeña pero aún existente tristeza.


Eran las 7 de la mañana del 13 de Febrero del 1995. En aquel día, Paul cumpliría 6 años de edad. “Vaya, 6 años”, fue lo primero que pensó al despertar.  Recordó  las cosas que hizo el año anterior mientras se levantaba de su cama. Había terminado la educación inicial (también conocida como Kinder) y ahora iría a un nuevo colegio. Había escuchado que tendría que llevar un uniforme que consistía en una camisa blanca y unos pantalones grises, cosa que le gustaba, ya que solo había visto aquella vestimenta puesta en terceros.

Despues de vestirse, salió afuera y se quedó mirando el largo callejón que daba a la calle. Los automóviles se veían tan lejanos, que parecían de juguete. Volvió a entrar a su casa y sacó de su caja de juguetes algunos de sus carros favoritos: uno con la apariencia  de un Volkswagen rosado, el cual podía tenía la opción de abrir ambas puertas; otro más pequeño, que era gris y tenía números en el techo; y un camión de plástico, el más grande de los tres. Los colocó en fila recta y se dispuso a jugar con ellos.


La hora de jugar acabó cuando escuchó la voz de su abuelita, llamándolo para tomar desayuno.

Él tomó todos sus juguetes y los dejó cerca a la entrada, porque planeaba seguir jugando. Luego, fue al baño para lavarse las manos, y después entró al comedor, en donde se encontraba  su abuelita, con una taza de avena, varios panes colocados en una panera, cubiertos con un mantel, y queso.




Paul miró a su abuelita, para averiguar si se encontraba contenta, entusiasmada, alegre, algo que le diera indicio que recordaba su cumpleaños y le daría alguna sorpresa.  No encontró nada fuera de lo común.

El niño estaba dispuesto a averiguarlo más a fondo.

- Abuelita, ¿Sabes qué día es hoy? – preguntó.

- Hoy es Viernes. – Sonrió su abuelita, sabiendo lo que iba a decir.

- Humm – Paul no planeaba rendirse, así que se le ocurrió otra idea- Abuelita, ¿Te acuerdas del día en que nací?

- ¡Claro que me acuerdo! – respondió - ¿Cómo podía olvidarme el nacimiento de mi primer nieto?

La abuelita de Paul acarició  la cabeza de su nieto, comprendiendo la razón de su pregunta. Continuó hablando:


- Ese fue un día muy especial. Recuerdo cuando viniste a la casa, estabas todo gordito. ¡Y no sabes la felicidad que sentí al tenerte en mis brazos! ¡Eras el primero de mis nietos! Eres como un hijo más. Así que cuando crezcas, no te olvides de tu abuelita.

- ¡Claro! ¡Ganaré mucho dinero y las llevaré a ti y a mamá a un lugar muy bonito! Aunque también me gusta mucho esta casa, pero…

- No te preocupes, hijo. Serás un gran hombre. – la abuelita cogió un pan, lo abrió con un cuchillo, cortó un poco de queso y se lo dio a su nieto- Ahora come o no crecerás.


Paul olvidó de seguir intentando averiguar la reacción de su abuelito. El pequeño no se había percatado que ella sí estaba más alegre de lo normal. Incluso tenía un regalo debajo de su cama, que se lo daría en otra ocasión.

El niño, luego de desayunar, agradeció a su abuelita por el desayuno con un beso en la mejilla. Y se puso a ver en su cuarto algunas de sus programas favoritos.

Pasó un par de horas y su abuelita le dijo que apagara la televisión. Él obedeció a regañadientas, haciendo una pequeña mueca. Ella se percató de aquello y lo volvió  a regañar. El niño agachó la cabeza y se fue a la sala a jugar con sus carros.  Sacó todos los que tenía y los estacionó uno detrás de otro. Cerró los ojos y…

… al abrirlos, pudo observar muchos autos de carrera, todos a tamaño real. Estaban en espera, listos para recibir la señal de partida. Y eso no era todo. Había público, sentado en butacas posicionadas a ambos lados, observando  con mucha emoción.  Los automóviles rugían sus motores. Los mecánicos realizaban las revisiones finales, observando cada detalle de aquellos vehículos.

Paul miró a su alrededor. Estaba solo, pero eso no le importaba. Podía ver a sus compañeros, sentados en las butacas del frente. Podía ver a una señora que vendía dulces, pasando cerca de ellos. Podía ver los rostros felices, hasta que una voz, proveniente de los altoparlantes, lo hizo volver entre sí.


- ¡Bienvenidos! ¡Hoy, 13 de Febrero, se celebra el Gran Prix por los 6 años de nuestro queridísimo amigo, Paul! ¡Los competidores y todo el público aquí presente le rinde un gran homenaje por su cumpleaños!


El niño se quedó atónito. Todas las personas lo miraban, incluso los pilotos que estaban en sus vehículos. Paul agachó levemente la cabeza, en señal de agradecimiento y todos aplaudieron. Instantes después, la misma voz volvió a hablar.


- Amigos, tomen asiento. Dentro de algunos instantes… ¡¡¡comenzará la carrera!!!


Las luces de partida se encendieron. Primera  luz roja, las personas miraban atentamente. Segunda luz roja, Paul dio un salto de alegría. Tercera luz roja, los competidores ajustaban sus manos al volante.

¡Verde! ¡Verde! ¡Verde!

Los automóviles aceleraron e iniciaron su rauda marcha por la pista. Se podía escuchar el sonido de los motores y de las llantas rasgando el asfalto.



… y el carro gris iba a la cabeza, seguido por el Volkwagen Rosa. Ambos ya habían recorrido toda la sala y ahora se dirigían con velocidad al baño.  El auto rosa tomó un pequeño atajo por el lavamanos, pero el carro gris, al saber de ello, aceleró aún más. Pero no pudo lograr recuperar su ventaja, el carro rosa lo había superado. Ahora ambos daban la vuelta y regresaban a la sala. El auto rosa llegó a la meta, estaba a punto de tomar la curva y llegar la meta y…  el carro rosa se estrella con el pie de una persona. Era su abuelita, que con un gesto, le indica que tuviera más cuidado.


El gran Prix se pospuso. Los automóviles se prepararon para la nueva pista y corrieron. Fué una gran carrera. El primer lugar lo obtuvo un misterioso carro blanco, el segundo puesto lo ganó el carro rosa y el tercero, el carro gris.


Acto seguido, tomó un cuaderno y se puso a dibujar el escenario del gran Prix. La gente, las butacas, los vendedores, los mecánicos, los pilotos, los automóviles. Después de eso, dibujó muchas cosas más, pero que no tenían relación con el primero.

Increíblemente, ya era hora de almorzar. Nuevamente escuchó el llamado de su abuelita y el corrió hacia la cocina.  Su abuelita lo mandó al baño, ya que se había olvidado de lavarse las manos. Al regresar, encontró su almuerzo servido y se dispuso a comer.

- ¿A qué hora viene mi mamá? – preguntó Paul, mirando su plato ya vacío.

-  Hoy va a salir temprano- respondió su abuelita – Regresa a las 4.


Paul vio en el reloj que eran las dos y treinta de la tarde. Quería volver a ver a su madre.

El tiempo es objetivo, la forma en la cual los seres humanos la percibimos, no. Así que el niño ni cuenta se había dado, para él fue un instante entre el almuerzo y la llegada de su madre. Apenas la vio, corrió a abrazarla. Ella a su vez, estiró ambos  brazos y recibió el saludo de su hijo, envolviéndolo con éstos.


- ¡Hijito! ¿Cómo has estado?

- ¡Bien, mamá!

- ¿Te has portado bien? ¿Le hiciste caso a tu abuelita? – le preguntó su madre, pero a la vez mirando la reacción de la abuelita.

- Bien. Bueno, más o menos. – respondió con un tono de miedo.

- Se ha portado bien. – la abuelita intervino- Estuvo jugando con sus carros y pintando.

- ¡Que bien! –sonrió la madre. Luego, dirigió la atención hacia la abuelita-  Mamá, voy a llevar a Paul a pasear. Si necesitas algo…

- Tráeme pan. Y unos chocolates. Y también trae algunas cosas para la semana. Y… diviértanse.


Dicho esto, la abuelita se marchó hacia su habitación. Paul y su madre se fueron al cuarto que compartían, para alistarse e irse a pasear.


Ni que decir. Ambos se fueron a un parque de diversiones. Paul se subió a un carro para niños, a su medida, y manejó por una pequeña pista. Aunque no era una velocidad increíble, el niño se sentía feliz. Pasearon por todo el lugar. Se subieron a algunos juegos recreativos. Comieron helado y pizza.





Más tarde, se fueron al centro comercial y compraron las cosas que había pedido la abuelita. Su mamá le compró otro carro de juguete y algunos dulces. Al final de la noche, Paul olvidó que era su cumpleaños y  simplemente se alegraba por el día tan divertido que lo había pasado.


- Muchas gracias- dijo por décima vez a su madre, momentos antes de irse  a dormir.


Este niño no celebró ningún cumpleaños, pero cariño de su familia nunca le faltó.

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