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Periodismo


En esta ocasión les traigo un cuento un tanto breve. Pensé que me saldría interesante, pero total que no. A pesar de todo, lo subo aquí para que puedan disfrutarlo y no sientan que los he abandonado. Disfruten. 


Paradero




Pese a ser las 5 de la mañana, el cielo se encontraba tan oscuro que podría considerarse noche. Y eso era muy preocupante para Warren, que debía caminar unas tres cuadras hasta el lugar en el cual debía esperar por varios minutos al autobús que lo llevaría hasta su lugar de trabajo.  Sus pasos resonaban por las calles vacías, los perros ladraban ocasionalmente al oírlo y sentirlo, y lo peor de todo, el frío que se colaba por el traje y llegaba a lo más fondo de la piel, perturbando.  Para evitar ese momento tan incómodo, decidió tatarear una canción que tanto le gustaba. Y mientras lo hacía, se percataba aún más de su soledad y finalmente se negó a continuar con su tonada.



Había algo  más que le incomodaba a Warren.  Se acordó en último momento algunos documentos que debía de presentar el día de hoy y que por salir aprisa, lo dejó encima de su computado. “Demonios”, pronunció  en voz alta y un eco le replicó  la misma palabra, enfatizando su error.  Warren se llevó la mano derecha a la frente, tratando de recordar si había subido el archivo a su correo –método que usaba para evitar cualquier incidencia-, para así imprimirlo en la oficina del subdirector y presentarlo. “Sí, creo que sí lo hice”, volvió a pronunciar, esta vez casi susurrando. Dicho esto, Warren continuó caminando y así llegó al paradero.
Pasado algunos segundos, Warren extrajo de su bolsillo un celular blanco y poco moderno: era tan antiguo que inclusive tenía varias teclas gastadas. Acercó el teléfono móvil a su rostro, para poder observar mejor la hora, 5:10 am. Desanimado, soltó un bufido y guardó el dispositivo en el mismo lugar. Acto seguido, cambió su posición de manera ligera: giró su cabeza hacia su izquierda unos segundos, observaba que efectivamente no había ningún vehículo acercarse y recobraba la posición original de su cabeza. Luego se quedaba mirando hacia el frente, el lugar por donde vino y continuaba repitiendo el proceso por varios minutos más.

En un momento en específico, el vió a una persona con atuendos particulares descender. El ver a otro ser caminando por el desolado lugar le resultó tan curioso, que olvidó revisar si se acercaba un autobús, como estuvo haciendo los anteriores minutos. Primero lo distinguió, una pequeña sombra acercarse. Luego, la sombra fue tomando forma y puso descubrir que se trataba de un hombre. Cuando se acercó más, logró observar varios de los rasgos de su vestimenta: gorro, pantalones anchos y largos, polo igualmente ancho y las zapatillas no podía verlas bien pero sabía que eran blancas. Finalmente, cuando el hombre estuvo al otro lado de la calle, dispuesto a cruzar –ya que el paradero se encontraba al otro lado de donde venía Warren y el hombre-, logró divisar los rasgos físicos y detalles que sólo podían verse de cerca: tenía una cicatriz pequeña encima de la ceja derecha, ojos pequeños pero siempre fijos, nariz achatada, labios anchos y haciendo un gesto desagradable. El hombre no era más alto que Warren, pero estaba muy claro que sus intenciones no eran del todo honestas.

Mientras el sujeto lo miraba, llevó su mano izquierda a la espalda, tratando de sacar algo que tenía guardado. Warren sabía lo que era y actuó con mayor prisa, sacó su billetera, tomó el billete de mayor valor –además de ser el único, sin contar con las tres monedas que reservaba para su pasaje de ida-, se lo mostró al otro hombre, sujetándolo por las puntas superiores.
“Sería una pena que se rompiera”, dijo en tono burlón Warren. El otro hombre se había quedado de pie, inmóvil a mitad de la pista, aún con el cuchillo en la mano izquierda, observando al demente  que tenía en frente, el  cual sospechaba con fundamento que sería robado y, si ejercía resistencia, apuñalado. “Vamos, da un paso más y el billete se muere”, volvió a pronunciar Warren, esta vez moviendo ligeramente los dedos pulgar e índice de su mano derecha hacia atrás y haciendo lo opuesto con la izquierda, mostrando verdadera intención de romper el billete en dos. El hombre lentamente movió la mano con la cual sujetaba el arma blanca y se la mostró a Warren.


Warren guardó silencio y miró el objeto contundente. Lo vio balancearse, lo vio brillar –a pesar de estar oscuro- , lo vio acercarse, perpetrar en su piel, en su carne, en sus huesos, en su sangre, en su alma. Lo vio deslizarse, cortando, tomando paso por su cuerpo, abriendo un camino más ancho y vio la sangre brotar por su cuerpo. Lo vio,  sin embargo no lo sintió porque el hombre aún se encontraba lo suficientemente lejos para no herirlo. Ese hombre, ese sujeto, permanecía quieto, mirando a su víctima fijamente cual bestia salvaje que mantiene su mirada sostenida, indefinida, perpetua. Hasta que en un momento dado, él se lanza y destroza con sus dientes y garras a su presa. Warren, a pesar de sentir el aire más pesado de lo normal, mantuvo su postura por algunos instantes más.


“De daré el billete si me prometes que te irás”, dijo Warren. El hombre meneó su cabeza negando la propuesta y avanzando un poco más. Al ver esto, Warren lanzó el billete con dirección al otro hombre. Como era de esperar, el sujeto con el cuchillo trató de tomarlo con su mano libre, fallando en el intento y observando al billete deslizarse por detrás de él. El  sujeto se encontraba tan concentrado en el billete, que no escuchó el sonido del autobús acercándose, ni las luces , ni el sonido del claxon.

Warren pudo verlo y escucharlo todo, además de escuchar el sonido de un cuerpo siendo golpeado por un autobús.

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