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El Casi Gato


Cuando desperté esta mañana, pensé que sería un lunes como cualquiera, pero al mirar fijamente en el número y no en el día, una extraña sensación recorrió por todo mi cuerpo. Siete, un número muy común. Siete.

- Espera un momento. ¿Siete? ¿Siete de Abril? ¡Hoy día cumplo un mes viviendo con él! ¡Cómo pasa el tiempo!




Lo había olvidado por completo. El día anterior me quedé dando vueltas a mi cabeza sobre qué hacer el siete de abril. Pero en el agujero negro que tengo como cerebro, no logré encontrar alguna idea, algo especial para prepararle, para demostrarle que no soy una tonta inútil y que depende de él a cada momento. Ya iba a acostarme con el ánimo por los suelos cuando se me ocurrió algo. ¡El desayuno! Claro, el desayuno. Cada mañana él se despierta muy temprano a preparar el desayuno, hecho que nunca había tenido en mente ya que yo solo voy al comedor y encuentro el desayuno servido.


Antes de acostarme, pensaba en prepararle una taza de leche bien caliente, panes y pescado frito, aunque no sé si le gustará el pescado con pan o querrá comerlo con arroz y papas. En fin, ya vería lo que haría al día siguiente.


Todavía faltan algunos minutos para que sean las seis, hora en la que él se levanta y alista todo. Busqué mis sandalias con forma de tigre que siempre dejo debajo de mi cama, pero me quedé petrificada al recordar algo. Tal vez fue el entusiasmo de la noche anterior o mi buena voluntad la que hizo olvidar que soy malísima cocinando. Soy tan mala, que incluso mis padres y mi hermano me regañaban constantemente. Al resto de mi familia les parecía cómico mi lamentable situación, incluso restregando en mí cara uno de los más penosos incidentes de mi vida: el día en que no pude ni hervir un poco de agua.



Un día mi hermano mayor me pidió que hirviera agua en la tetera, ya que él iba a ir a recoger a algunos familiares del extranjero. Mi tía traería algunos bocaditos, así que no debería preocuparme en ninguna otra cosa que no fuese el agua. Ni siquiera era preparar café o algo parecido, así que creí que sería cosa fácil. Llené la tetera con agua y lo coloqué en la estufa de la cocina. Me quedé unos dos minutos frente a la estufa encendida y al ver que tomaría más tiempo de lo esperado, decidí sentarme un poco. Me quedé mirando un largo rato el techo, dejando mi mente en blanco, tranquilidad total. Luego, imágenes de un ferrocarril llegaron a mi mente. Me puse a pensar sobre aquella vez cuando fuimos a visitar a mis abuelos. Tuvimos que tomar el tren, el ferrocarril. Recordaba el sonido, el fuerte silbido y el humo constante que emitía el tren. Así que seguí recordando aquel maravilloso viaje que aún aprecio. Claro, había recordado el viaje en el tren porque la tetera llevaba silbando buen rato y cuando me percaté de que algo no andaba bien, vi a mi hermano abrir la puerta de la entrada y correr hacia la cocina. Mi tía, muy asustada, se quedó por unos instantes inmóvil, luego pidió a los invitados que tomaran asiento, para que acto seguido fuese a buscar a mi hermano, que me llamó con un bramido. El agua de la tetera no solo había hervido por completo, sino que la propia tetera se había ennegrecido por permanecer tanto tiempo encendida. Como era de esperar, recibí regaños, amenazas de castigo e incluso insultos por parte del tonto de mi hermano y extraños consejos por parte de mi tía. Aquello me hizo sentir tan mal, que corrí a mi habitación y me quedé encerrada hasta el día siguiente.
 


Ya empezaba a sentirme mal, cuando volví al presente. “Ya no me importa el pasado”, me dije a mí misma. Ahora vivo feliz, lejos de esa familia que nunca supo entenderme, que jamás intentó ayudarme de verdad, ya que las únicas soluciones que me presentaban, eran las que más le convenían a ellos, no a mí. ¡Vivo con él! ¡Alguien que me ama y al cual también amo! Sí, él es tan lindo, y para mí muy pocas cosas pueden ser consideradas como lindas. Es tierno, tanto, que quisiera tenerlo abrazado por siempre, y sentir el calor de su cuerpo junto al mío. Él es diferente, es especial. Esto tampoco lo digo en vano.



He pasado tantas cosas con él. Ha aguantado mis cambios de humor, tan repentinos que mi madre una vez me amenazó con llevarme al psiquiatra porque creía que sufría bipolaridad -la verdadera, no esa tontería que “dicen tener” algunas chicas por las redes sociales, y si crees saber lo que es la bipolaridad, te invito a que busques en internet y compares con el concepto que tenías hace un momento-, mi silencio de ultratumba, mis gritos de cantante metalero, mis olvidos repentinos, mi torpeza, mi gran egoísmo, mi humor estúpido. Y es que no entiendo por qué él me eligió a mí. Cuando lo veo a él y luego me veo a mí misma, mis defectos se vuelven más evidentes. Esto me ha hecho pensar en alejarme de su lado en más de una ocasión. En todas las veces guardaba mis cosas en una maleta, la dejaba encima de mi cama y lo iba a buscar. Sin importar el lugar en donde estuviese, él me miraba con sus enormes ojos azules, esos que me dicen “sé lo que estás pensando”. Mi boca intentaba pronunciar alguna palabra, pero simplemente mis labios temblaban. Cerraba los ojos, para evitar que siguiera leyéndome la mente, luego le daba la espalda y corría hacia mi habitación, llorando.


Él sabe lo que siento, lo que pienso, lo que guardo y también sabe interpretar de la forma correcta lo que digo. Me da palabras de ánimo cuando las necesito, y calla cuando no quiero ninguna clase de consuelo. Me ayuda cuando lo requiero, y me deja sola cuando quiero superar mis dificultades sin depender de los demás. Y pese a que logra respetar mi espacio, sé que él está cerca, que escuchará mi grito de ayuda y vendrá a rescatarme, a ayudarme, a salvarme.


Esa era su magia, su poder, su habilidad innata la cual me purifica, me limpia, me transforma, me desnuda. Me gustaría expresarlo mejor, soltar cada sensación, cada emoción que tengo aquí en mi pecho, pero de seguro que estas míseras palabras no me alcanzarán a describirlo. Yo creo que he sido afortunada, muy afortunada. O tal vez toda la mala suerte que he tenido en los dieciocho años de mi lastimosa existencia ha sido retribuida al conocerlo. No tendré más suerte y de verdad que no necesito más suerte que su amor, su cariño.


Cuando detuve mis gratos recuerdos, ya eran más de las seis y media. ¿Había perdido mi oportunidad? ¡Imposible! Corrí en dirección al baño para asearme, para luego ir a la cocina. No pude alistarme tan rápido como quería porque, como ya sabrán, cuando estamos apuradas, las cosas nos van peor y los incidentes son más comunes. En esta ocasión el jabón se me cayó de las manos en tres ocasiones y casi me caigo dos veces, no encontraba el shampoo, ni tampoco la secadora, la toalla la había olvidado en el cuarto y el peine no estaba en su sitio, así que consideré innecesario el peinarme.


Cuando ya estaba lista, sentí el aroma de huevos fritos y escuchaba el sonido de la tetera hirviendo. ¡El desayuno ya estaba servido! ¡Había fallado otra vez!


En ese momento, la rabia invadió mi cuerpo. La frustración de haber fracasado me dominaba. No estaba pensando racionalmente. Y es en esos momentos en donde dice las cosas más hirientes, en donde hace las cosas más atroces y que de seguro lamentará. Yo, en este mismo instante, lamento lo que le dije.


Ignoré por completo su saludo matinal. Me limité a soltar toda la ira contenida como si se tratara de un alud.


-¡LO HAS ARRUINADO TODO, GATO TONTO! ¡ERES UN IDIOTA!


Kamil el gato, guardó silencio, mientras trataba de hacer contacto visual conmigo.




Kamil es un gato. O debería llamarlo Casi Gato. Sí, más correcto sería llamarlo Casi Gato, ya que tiene todas las características físicas de un gato, más no el comportamiento. Algún lector dirá: “Entonces no es un gato, es un humano en cuerpo de gato”. No está del todo equivocada esa idea, pero yo no quiero verlo como un humano. La mayoría de mis congéneres me ha decepcionado de tal forma, que en muchas ocasiones he planteado abandonar mi humanidad y ser otra cosa. Ser un gato, un perro, un ave, un gusano, cualquier cosa puedo aceptar con tal de dejar de ser una humana más. Es esta mentalidad la que me ha llevado a considerar a Kamil como un casi gato. Antes de volver con el tema del desayuno, les describiré físicamente mi compañero de habitación. Él es de color gris con pequeñas manchas blancas, tiene unos preciosos ojos azules con los que me cautiva siempre, sus orejas son puntiagudas y es un poco más grande que el gato promedio. Aun así, sosteniéndose en sus dos patas delanteras no logra alcanzar mi cintura. ¡Es tan lindo cuando se para en dos patas, tratando de imitar a un humano! Bueno, ahora que ya saben cómo es él, continuaré con mi relato.


Kamil, como es de esperar, guardó silencio y trataba de coincidir su mirada con la mía. Yo lo sabía, sabía que si lograba hacerlo leería mi mente y calmaría mi alma. Estaba tan molesta, confundida y atontada, que no quería ser convencida. Cerré mis ojos, le di la espalda y fui corriendo hacia mi cuarto, tratando de alejarme de él. ¡Estaba corriendo a ciegas! ¡Es obvio lo que le pasaría a una chica como yo! Caí estrepitosamente y emití un grito de dolor que se expandió por todo el departamento. Kamil corrió con sus cuatro patas para llegar más rápido a donde me había lastimado y con su limitada fuerza felina, trataba de levantarme. Aunque le costaba un poco, logró ayudarme a levantarme. Sin duda, Kamil es más fuerte que cualquier gato de su tamaño, algo que también me alegra.


Al final, Kamil logró mirarme a los ojos y un “lo siento” fue lo que salió de su pequeña boca de gato. Aquello me hizo sentir tan culpable, que rompí en llanto. Kamil me abrazó con sus patas delanteras. Podía sentir el suave abrazo de un felino tan amado.



El emotivo momento duró un rato más, para que luego ambos nos dirigiéramos nuevamente a la cocina, tomáramos los alimentos y los lleváramos al comedor. Mientras tomábamos desayuno, él me comentaba sobre algunos de sus incidentes en los días en que no nos conocíamos.


- No sientas que lo digo para alagarte –dijo Kamil mientras servía café en su taza-, pero la casa se sentía muy vacía antes de que vinieras a vivir conmigo. Todas las noches, al llegar del trabajo lo único que hacía era tomar un poco de té o manzanilla, sentarme en el sofá y leer algunas hojas del libro que andaba pendiente.

- ¿Por mi culpa has dejado de leer? ¿Y quieras que sienta eso como un halago?

- No, tampoco eso. Lo que pasa es que antes llevaba una vida muy rutinaria, pero ahora todo eso ha cambiado. Tú haces mis noches más alegres, y a pesar de los nuevos ajustes en mí día a día, todos estos cambios han sido para mi bien, nuestro bien.

- Pues, sí.

Y me quedé callada. El casi gato supo inmediatamente que me incomodaba seguir conversando, así que calló y no volvió a hablar más. Terminó su desayuno y se levantó de la mesa, o mejor dicho, saltó de su asiento personalizado que le ayuda a alcanzar la mesa, tomó su pequeña maleta y salió al trabajo, no sin antes despedirse de mí e indicarme las sugerencias del día.


¿Sabía Kamil que hoy no tengo clases? No lo sé, pero yo creo que sí lo sabía. No por gusto dejó el almuerzo preparado y una pequeña nota pegada en la refrigeradora. “No te olvides de calentar la comida. Y no pienses que te digo eso porque eres torpe. Qué tengas un bonito día” era lo que tenía inscrito el papel color verde fosforescente. Sonreí. Pasar el tiempo en la casa era lo último que quería hacer.

-

El día recién comenzaba y a su vez, las oportunidades de realizar una sorpresa exitosa no estaban reducida a cero. Habían alternativas, solo que necesitaba encontrarlas. ¡Si tan sólo alguien pudiera ayudarme! Mi mente se había quedado en blanco otra vez.


Antes de pensar en algo, lo primero que decidí fue ir al lugar donde nos conocimos. No importa, el encuentro fue en la noche, pero de todas lo reviviré más temprano. Esa noche, el siete de Febrero, me encontraba terriblemente cansada por una infructuosa búsqueda de trabajo por todo el centro de la ciudad. A pesar de estar estudiando, no encontraba ningún empleo que se adaptara a mis necesidades. Todos eran trabajos de 8 horas diarias y eso es cosa que no puedo permitirme. El poco tiempo que me quedaría para estudiar no ayudaría en mis notas ni en mi personalidad. Frustrada y cansada, pensé en echarme en el pasto y sentir el calor de la tierra, el olor de las hojas y el trinar nocturno de algunas aves. Justo antes de realizar aquella acción, uno de los vigilantes del parque me observaba con mirada severa, sabía lo que intentaba hacer. Su terquedad de mantener la mirada me parecía tan enfermiza, que quería hincarle en los ojos. Es evidente que no lo hice, ni lo haría, pero esas son ideas que se le ocurre a uno en el momento. Yo me hice la desentendida y empecé a caminar por el parque a paso lento, esperando que ese vigilante volviera a su actividad normal de vigilar “todo el parque” y no de vigilarme “solo a mí”. Ese parque era un poco más grande que el promedio y aun así se encontraba vacío. En lo que mi vista alcanzaba a ver, todos los asientos se encontraban disponibles. “Vaya parquecito” pensé. Aunque en realidad aquella soledad me gustaba mucho, aunque con el vigilante al acecho, no podía disfrutarla al máximo. ¡Ya no lo soportaba más! Ese sujeto me seguía a todas partes con la mirada y me sentía sofocada. Las ganas de echarme en el césped desaparecieron lo único que deseaba ahora era que ese indeseable dejara de mirarme. Empecé a acelerar el paso, pero esta vez para alejarme de aquel lugar, cosa que empecé a hacer. Cuando ya me encontraba en una esquina y solo bastaba cruzar la pista para dejar el parque y caminar por terreno habitado, decidí dar una última mirada a los asientos vacíos. De seguro que el vigilante tenía la culpa de que el parque fuese tan poco concurrido. Luego de pensar en eso, vi una pequeña figura sentada en una de las bancas. No lo había visto anteriormente porque estaba pensando más en la mirada inquisidora del vigilante. Olvidándome de todo lo demás, decidí acercarme a esa persona con la misma prisa con la que me estaba yendo. Me acercaba más y más y, cada vez la figura sentada me parecía menos la de un ser humano.



Me senté a su lado. Yo había reconocido la forma de sus patas, de su pelaje, pero aquella posición me parecía imposible para un gato. Claro, eso solo lo ves en alguna imagen curiosa en internet, pero dime ¿es común ver a un gato, vestido de ejecutivo, leyendo un periódico y sentado en la banca de un parque? Sí, lo primero que hice fue comprobar si me encontraba en un sueño o había ingerido alguna sustancia alucinógena. ¿Quién sabe? Tal vez combiné dos o más alimentos y eso produjo un efecto extraño en mí.



- Oye, tú, acosador. ¿Puedo hacerte una pregunta? – le dije al vigilante sin temor alguno y mirándolo directamente.

- ¿Qué quieres? – a pesar de su brusca respuesta, su semblante ya no mostraba la misma seguridad que al principio. Al parecer, soy yo el que intimida.

- ¿Ves a la persona que se encuentra sentada a mi lado?

- El señor Kamil – sonrió, para sorpresa mía – es un visitante muy concurrido de este lugar.

Me quedé estupefacta. Pero antes, debía confirmarlo.

- Pero él es…

- …un gato. Sí, es un gato. Y muy inteligente, además.- completó la oración el hombre.

- ¿Es... en serio?


Volví la mirada hacia el gato, hacia ese extraño gato y por primera vez nuestras miradas se cruzaron. Sé que he hablado muchas veces de “cruces de miradas”, pero es necesario, es muy necesario enfatizarlo. ¡Si tan sólo pudieran ver sus ojos azules, comprenderían por qué repito tanto esa frase! Esa magia que tiene, esos ojos… sí. Y habló, el gato habló y no me pareció para nada extraño.


- Buenas noches. ¿Podrías acompañarme un momento?

- Pues, claro. – Respondí- Pero…

- Sólo necesito una compañía. No te preocupes por nada más.

 


Su respuesta me sorprendió. Pude sentirlo. Esa mirada no era la de un gato ordinario que hablaba. Su mirada me transmitió melancolía, tristeza, soledad, sentimientos a los cuales estaba acostumbrada, sentimientos que alguna vez me dañaron, me hirieron, pero que lentamente, con la costumbre y el tiempo, empecé a apreciar. Podía comprenderlo, y guardé silencio, cerré los ojos y guardé silencio, esperando a que la oscura noche devorara nuestras almas estáticas. Y así sucesivamente.


Cuando la oscuridad nos escupió de su estómago, la luz tocó nuestros ojos y ambos decidimos que era la hora de volver a casa. Para mi sorpresa, noté que el gato estaba dormido, acurrucado a mi brazo derecho. ¿Los gatos no duermen de día y cazan de noche? Este gato sí que era raro, pensé. No quería despertarlo, pero sin importar cuan delicado lo moviera, él se despertaría. Menos mal que él se despertó por su propia cuenta y se sentó nuevamente.


Yo iba a hablarle, pero fue el quien se adelantó.

- ¿Por qué no te fuiste a dormir? – preguntó, aún soñoliento.

- Tú me pediste que te acompañara – respondí.

- ¿No me escuchaste cuando te dije que ya se hacía tarde y debías dormir?

No respondí. Tal vez me dejé envolver tanto por la noche, que me quedé dormida. Me sentía estúpida, otra vez estúpida, siempre estúpida. ¡Odio tanto esa parte de mí!

- Lo siento – volvió a hablar el gato-, fue mi culpa. Vi en tus ojos la misma melancolía que la mía y es por eso que perdiste la noción del tiempo.

Yo no quería admitir que tenía razón. ¡No, no la tenía! ¿O sí? Ni siquiera me conozco a mí misma, pero él… él sabe lo que siento.

- Volvamos a vernos mañana en la noche, debo alistarme para trabajar.



El gato me entregó su pata derecha y yo la tomé con mi mano derecha. Apreté levemente su pata y luego la solté, pensando que lo había lastimado. El gato, en cambio, sonrió.


Aquel día fue maravilloso y luego de verlo alejarse, no pude dejar de desear volver a verlo. Miré el reloj. Eran las 6:30
Kamil, él es tan perfecto pero como un gato no es bueno. Mientras lo iba conociendo, pude entenderlo. Esa perfección era para él su maldición. No era un gato, no podía maullar, no podía andar por los tejados, no podían andar tranquilamente por el hogar y permanecer largas horas sin hacer nada. Debía trabajar, debía pensar en los demás, debía ser comprensivo. Esa diferencia, esa extrañeza, esa excesiva perfección lo convertía en un ser monstruoso para sus congéneres. Expulsado completamente del mundo felino, el casi gato se las arregló para ser aceptado en el mundo humano. Nadie le dijo nada cuando se presentó a las oficinas del banco para postular a un empleo. Tu forma de hablar era tan humana, que de seguro que los entrevistadores creían que se trataba de una persona que sufría de enanismo y no de un gato. Ganó dinero, se volvió confiable y muy notable, pero lo que su alma más añoraba, ser un gato…no lo lograba.

Un día, Kamil decidió olvidarse de todo. Y justo en ese día me conoció.


Me quedé muy tarde, hasta la noche en el parque. El hombre que vigilaba el parque me saludó y mantuvimos una breve conversación referente a Kamil y mi vida como su compañera de cuarto. Cuando no había de qué hablar, el vigilante se retiró y continuó con su trabajo de rutina. Media hora más tarde, apareció Kamil, sonriendo.


Él se sentó a mi lado y ambos guardamos silencio.



Kamil solo necesitaba de mi compañía. Su trato amable no era preferente. El trataba así a todos. Él hablaba amablemente con todos. Pero su soledad, eso era lo único que compartía conmigo. Sólo yo podía entenderlo.

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