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Cincuenta y Cinco - Parte Uno

Este es un relato un poco largo, así que lo dividiré en dos o tres partes para que su lectura sea más sencilla. 


 ----------- Uno ----------



Hubo luna llena y había dejado las ventanas abiertas, dijo Meche entre lágrimas.

Sus sollozos, más parecidos a las de gata que llama por sus crías perdidas, pueden escucharse incluso en la primera planta mientras cenaba con mis tíos. Ellos se miraban mutuamente y tras un cómplice y largo silencio, ambos vuelven sus ojos hacia mi. No se puede hacer nada, hijo, ya lo hicimos todo, me dicen al unísono, como si tratasen de excusar la actitud de su única hija. A pesar de aquello, intenté dirigir mi atención hacia la niña y tratar más sobre el incidente, pero mis tíos desviaron el tema con una habilidad desconocida para mí ya que los tenía como una familia sombría y de poco hablar. 


Mis tíos me habían invitado a pasar la noche en su nueva casa, la cual se encontraba lejos de la mía y también lejos de la urbe. Esta se encontraba a 20 kilómetros del pueblo más cercano y para movilizarme, tenía que pedir de favor a alguno de los camioneros de las granjas cercanas que me pudieran acercar al paradero más cercano, en el cual tomaría un ómnibus que recorrería media ciudad hasta llegar a mi casa. Es por eso que, sabiendo las costumbres familiares de conversar al finalizar la cena, les pedí a mis tíos que me excusaran por esta oportunidad, ya que el viaje de retorno sería largo y no podía llegar el lunes a mi casa, ya que tenía algunas cosas pendientes por hacer. 

Como todos en mi familia, la razón siempre pesa más que las costumbres y entendieron mis circunstancias, aparte de que se les notaba un poco incómodos al ver mi reacción al escuchar aquellos gritos. Por eso, mi tio levantó los platos mientras mi tia me llevaba a la que sería mi habitación temporal.

Tras subir al segundo piso, ella me guió hasta la habitación más cercana a las escaleras. Tiene su propio baño, me dijo mi tía mientras abría la puerta con algo de desconfianza, como si me dijera entre líneas que la excusa de perderse no sería aceptada por ellos. Yo asentí levemente mi cabeza mientras entraba a la habitación, la cual era el doble o casi el triple que mi pequeño departamento capitalino. Sin embargo, el deseo de saber la verdad sobre los gritos, los cuales eran,de hecho, los de mi prima.


Esperé a que las luces se apagaran para así, escabullirme hasta el cuarto de mi prima cautiva. Recordé aquella noche otras tantas en las cuales caminaba con sigilo desde el camarote en el cual dormía con mis hermanos hasta el dormitorio de mis padres, claro, sólo cuando el sueño no lograba cruzarse por mis ojos. Alisté mis oídos y abrí despacio la puerta de mi habitación, dejándola entreabierta.Caminé lentamente, dando un paso cada cierto tiempo, flexionando mi cuerpo para lograr alcanzar la mayor distancia con la menor cantidad de pasos. Calculando mentalmente la posición y los sonidos de mi prima, me permitió saber la habitación secreta. Había una escalera pequeña que sobresalía al final del pasillo, pero me parecía demasiado obvio.Ella estaba en un cuarto, cerca del final. Pegué mi oreja junto a una puerta ligeramente distinta la del resto, tratando de escuchar algún ruido que me diera pistas. Al no escuchar nada, dedidí arriesgarme, giré con lentitud la perilla de la puerta y entré, procurando averiguar si mi prima dormía o todavía estaba despierta. Y la encontré como me la imaginaba: vestida con un camisón melón, su larga cabellera amarrada con una cola de caballo y mirando hacia la luna llena con las ventanas abiertas y las manos extendidas hacia el cielo, esperando a que cayera algo de él. Era un espectáculo hermoso, digno de un lienzo. Me quedé mirándola por unos instantes hasta que ella habló bajo y despacio, como si fuera cómplice de mi secreto: 

- Habitación equivocada. Tus padres duermen en la planta baja. 

Por un momento me sorprendí, pero de inmediato comprendí que ella sabía sobre mi visita y concluyó por lógica de quién se trataba, ya que sus padres solo entraban a su habitación cuando le servían alguno de sus tres alimentos diarios o le traían ropa nueva, para ver si ella por fin se animaba a salir. Ya había llenado tres armarios completos con tanta ropa que había guardado desde hace siete años que guarda encierro voluntario. 


- No es justo – respondí – Tu sabes uno de mis mejores secretos. Es hora de que yo sepa el mejor de los tuyos
Ella no volteó. Continúo mirando el cielo, pero bajó las manos. Y así, ella empezó a contarme sobre aquel día en el cual desapareció el pequeño y precioso Pancho. 



Hubo luna llena y, como era su costumbre en las noches de verano, dejó las ventanas abiertas, para que así el calor escapara hacia las calles y los confines del mundo. No creyó que sería esa situación tan casual la que se prestara para la tragedia. Mercedes permanecía en su cama al lado de su felino Pancho, al cual acariciaba con diligencia. Los ojos azules del felino miraban con atención hacia la misma dirección. “Hoy hace una hermosa luna llena, ¿verdad Panchito?” El gato maulló y se alejó un poco de su dueña. Es en ese momento en el que Meche empieza a contar las estrellas y sueña con ser una de ellas, lejos de todos, en especial de Mateo, un niño muy molesto que le tira tierra cada vez que ella estrena uno de sus lindos vestidos que su mamá compra del extranjero. Y a su lado estaría Panchito, su único amigo y confidente. El gato no pensaba igual. Pancho solía acercarse a su dueña en horarios que él ya había fijado gracias a la costumbre. Sabía que si se alejaba demasiado, Meche lo reemplazaría por otro y así él perdería la cómoda cama y la comida bien servida en su plato. Pancho podía aguantar sus largas quejas, sus conversaciones tediosas, sólo cerraba sus ojos y se quedaba profundamente dormido, pero no soportaba sus arranques de cólera, en los que era él quien recibía los golpes. Pero ya nada de eso importaba. Hoy era el día y Pancho lo sabía. Pancho se iría lejos, a un lugar mejor. 




El felino continuó caminando, a paso lento, inadvertido, hasta que pudo sentir la luz de la luna cubriéndolo por completo. Meche, sin embargo, se percató demasiado tarde del fenómeno. Cuando pudo ver a su gato levitar, él ya se hallaba a tal altura, que Meche ya no podía alcanzarlo, y cada vez más el gato ganaba un poco de altitud, lo que era frustrante para la niña. Intentó dar un salto para cogerlo, un intento inútil. Así que con los brazos extendidos, gritó lo más fuerte que pudo mientras su gato se alejaba. Pancho, Panchito, ven para acá hijito. No te vayas, por favor, te daré todo lo que quieras, te daré atún enlatado y mucho pescado, pero baja. Panchito, disculpa por haberte golpeado el otro día, es que estaba un poco molesta, es que Mateo me estuvo molestando todo el día en el colegio y esas niñas tontas se burlaron de mi cabello. Compréndeme, Panchito, soy una princesita y las princesitas nos comportamos así, somos un poco loquitas. Te prometo que cambiaré, Panchito, pero no te vayas con la luna, no me dejes sola. Panchito, ¿quién me acompañará en las tardes solitarias? ¿quién dormirá conmigo? ¿quien me arañará? Panchito, te doy todas mis faldas, dejaré que las rompas, dejaré que saltes en mi cama y la llenes de pelos, dejaré la cama solo para ti, yo puedo dormir en el piso, Panchito, yo no tengo frío, pero baja de ahí. Y el gato desapareció, entre la luna llena y las estrellas. 




No fue la desaparición del gato lo que causó su aislamiento. A primera hora la pequeña Mercedes corrió hacia la alcoba de sus padres, contándoles con detalles lo sucedido. Ellos en cambio la consolaron con las mismas palabras que le decían cada vez que Pancho desaparecía por unas semanas, es un gato mi hijita, los gatitos tienen que hacer sus cosas y no los puedes molestar, tu lo quieres mucho, Panchito lo sabe, ya vendrá mi hijita, ya vendrá, mientras le acariciaban la cabeza y le limpiaban las lágrimas con un pañuelo y terminaban abrazándose mutuamente.
 
Pasaron más de dos semanas desde la desaparición del gato y cuando ella les reiteró su versión, ambos trataron de convencerla con palabras amables que los gatos no vuelan ni levitan, que de seguro aquel recuerdo era el de un sueño, porque suele pasar entre los vivos que confundimos los sueños con la realidad y terminamos creyendo que el sueño es nuestra verdadera vida y viceversa. Ella gritó a sus padres que nunca saldría a la calle hasta que Pancho volviera de la casa. Y ella terminó cumpliendo su promesa y se quedó por seis largos meses dentro de su cuarto. A partir de ahí, los padres buscaron varias alternativas para que así la niña lograra salir. Organizaron una gran fiesta a la cual invitaron a todos sus primos y vecinos, prepararon todos los dulces que eran del agrado de Meche, jugaron los juegos que siempre le gustaban a Meche y bailaron la música que le gustaba a Meche, pero Mercedes nunca se asomó, ni siquiera pidió una parte de los dulces. También intentaron traer varios gatos, que desaparecían al par de días, intentaron traer aves y otro tipo de animales exóticos, monos, papagayos y más, y fracasaron. Al año, decidieron mudarse a un lugar más aislado, cambiar sus propias costumbres, alejarse de la ciudad y así ayudarla para que así salga de su habitación. Mercedes no quería mudarse, pero apenas sintió la casa vacía, se cubrió con una manta y subió al carro de su padre. 


Apenas terminaron de establecerse, Mercedes volvió a su encierro y esta vez sería definitivo. No saldría de su cuarto por los siguientes seis años, largos, tediosos e insufribles tanto para ella como para sus padres, los cuales recibían con angustia las visitas familiares y evitaban que se quedaran por más de tres horas. Y si lo hacían, permanecían despiertos toda la noche. Y si la visita coincidía con una noche de luna llena, inventaban historias para ahuyentarlos. Esta actitud creó toda clase de conjeturas, pero la más evidente de todas era que ocultaban a su hija que se había vuelto loca y no querían que nadie lo supiera. La familia lo aceptó, guardó silencio y actuaron en complicidad, evitando hablar sobre ellos con otros conocidos en común. Yo me enteré recientemente, justo un día antes de recibir la llamada de mis tíos que me invitaban a pasar todo un día en su casa.


Desperté muy de mañana en el mismo cuarto de invitados, un poco perturbado, con la incertidumbre de una noche olvidada. No recuerdo como llegué hasta mi habitación ni a qué hora me quedé dormido. Solo tengo en mi memoria todo lo que me contó la propia Meche, la historia de su gato, su tragedia, su encierro y el arduo trabajo que tenían sus padres para mantener este secreto. También recuerdo su rostro, el cual mostraba una aparente indiferencia que trataba de aparentar, pero la mueca seria no era más una pantomima, sus ojos brillosos delataban la culpa de su egoísmo.



Al llegar a la cocina, mis anfitriones esperaban mi presencia con unas tazas de café negro en la mano. Ambos me invitaron a sentarme, y al ver que ambos permanecían en silencio y con la mira fija en mí, pregunté: 



- ¿Qué me pasó anoche? 



- Nada, te quedaste dormido en el cuarto de nuestra hija y ella nos avisó. Yo te llevé a tu habitación. - respondió mi tío. 



Todavía confundido, mi tía continuó con la conversación. 



- Ella nos pidió que te invitáramos. Al principio nos opusimos, pero luego de recordar que ustedes han sido muy buenos amigos desde pequeños, decidimos probar suerte. Pasó lo mismo que cuando eras pequeño, tu te escabullías en su cuarto y ambos conversaban hasta que te quedabas dormido, luego ella nos llamaba y teníamos que cambiarte. En eso no has cambiado nada. 


Nada había cambiado, efectivamente. A pesar de ser un joven, aún continuaba arrastrando mis malas costumbres, mi apego hacia mis familiares y amigos más cercanos (yo lo veo como defecto pero ellos lo ven como una cualidad), mi extraña memoria, mi sueño invencible y mis deseos por resolver problemas.
Todos soltamos unas risas al recordar el hecho vergonzoso de mi infancia que al parecer todavía conservaba.

Reflexioné mucho en el viaje de regreso. Puede que suene como historia fantástica, pero tiene que existir un motivo oculto en todo esto, y necesitaba averiguarlo. Para ello, tendría que ir al origen de todo. ¿Por qué estoy tan seguro? Porque conozco a Meche muy bien, es casi como una hermana menor para mí y ella nunca se apegó a los gatos, siempre que se perdía uno, ella solo les guardaba un luto de tres meses e inmediatamente después, se conseguía otro.

Y no solo eso: ella nunca maltrataba a sus gatos. 


Comentarios

  1. Es increíble que no haya comentarios aquí
    Tus historias son realmente buenas

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