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Niño de la noche

Mientras la noche mece a los mortales y sus recuerdos se desordenan para así dar paso a un nuevo rompecabezas al que llamas sueño, el niño de la noche acaba de despertar. Saluda a la luna, su amiga casual de juegos con un leve saludo, cierra la puerta y la deja tal como está para iniciar su aventura.

La noche de verano trae consigo un calor presencial, el cual nuestro camarada ya conoce. Por eso se había quedado dormido con ropa ligera, listo para partir a su destino para cuando marcaran las doce de la noche. Un perro callejero, más mestizo que el limeño promedio, acompaña su lento caminar, olfateando los postes cubiertos de avisos publicitarios. El día deja un hedor que se impregna en todo, pero que se puede percibir en las noches. El niño, sigue con su olfato y suspira, algo como esto sólo puede sentirse en el abrigo nocturno.


Para un niño cualquiera, los habitantes de la noche pueden simbolizar un grave peligro, un camino seguro hacia la muerte violenta o la esclavitud eterna; todo depende del sexo de la víctima. En cambio, el niño de la noche tiene bien ganado su título de espectro, de ser fantasmal, de tercer tipo. Es por eso que desde los delincuentes más peligrosos hasta los borrachos más ingenuos, evitan acercarse a él, pero cuando él se acerca, obligatoriamente ellos deben contestarle el saludo.

El niño caminó un par de cuadras más y se encontró con Isabella, experta en repartir amor a los necesitados e incomprendidos. Ella, al igual que todos, conocía al niño, pero a diferencia del resto de humanos, tenía el privilegio de ser llamada por su nombre.

- ¿Cómo estás, mi buena amiga?- le pregunta el niño con su voz alegre.

- Tu sabes, como siempre. - contesta Isabella.

El niño la observa. Bajo la minifalda apretada, las medias oscuras y el labial carmesí se oculta un rostro idéntico al de su madre; protectora del hogar. Sería una lastima que esos tres niños perdieran al único sustento alimenticio y afectivo. El niño se formula: “¿Cuántas mujeres como ella existirán en el mundo?”. Había escuchado que la noche anterior encontraron muerta a otra prostituta, a un par de cuadras. ¿Tendría hijos, al igual que Isabella? El niño sabía que existía aquella posibilidad, pero no le importaba. Él la había elegido como su favorita: una luna que siempre gira alrededor de quien ama, pero que en las noches muestra su rostro de brillo ajeno al mundo.


Un taxi se detuvo frente a Isabella. El niño supo que era hora de marcharse o el cliente se marcharía asustado. Mientras él se alejaba, podía escuchar el sonido de la puerta abrirse, de un par de zapatos golpear el asfalto, de los pasos multiplicados que ascendían por las escaleras del hotel de mala muerte, del arrancar del taxi.

La noche aún no culminaba para el menor. Su siguiente parada era la cantina de don Jorge, otro hombre bueno, al cual le brindaba cierto apoyo. Es muy molesto tener a personas con ebriedad en la cantina. Sus sentidos, totalmente distorsionados por el alcohol, les impedían retener sus más bajos deseos y emociones, y casi siempre estas emociones explotaban de manera perjudicial para el local. Es por ello que, cuando el niño llegaba a la cantina, un instinto más primario que el de la ira se despertaba en ellos, miedo. Por un momento, el miedo los alejaba de su letargo y recuperaban la sobriedad. Entonces ellos concluían su juerga, argumentando que están lo suficientemente borrachos que ya están viendo fantasmas y alejándose disimuladamente para luego correr y gritar, carajo, el chibolo otra vez está en la cantina, juro que no vuelvo a tomar nunca más”. Su juramento solo lograba cumplirse por algunas horas hasta que llegaban a casa y se quedaban dormidos.

El niño se sentó en una de las mesas cercanas a la puerta, empujó algunas botellas vacías y esperó a que don Jorge apareciera con su taza de leche fría.


Ya un poco más tarde, como a las tres de la noche, el niño retomaba su camino con dirección a la autopista. El perro que solía seguirlo había desaparecido y otra vez se encontraba solo. Así que decidió pasar el resto de su noche sentado en la vereda, observando a los automóviles cruzar a velocidad, dejando sus rastros de luz y color por unos instantes. Era como ver un arcoiris en movimiento, brillante y cercano a sus manos. Fue en ese momento en el que recordó la primera vez que vio el arcoiris. Eran las cinco de la mañana y su madre, apresurada por llegar a casa y preparar el desayuno, trató de cruzar por la autopista, ya que la larga escalera se encontraba a una cuadra de distancia. Lo colocó en su espalda e inició con la travesía. A medida que iba avanzando, calculando la distancia del siguiente auto, el niño se maravillaba con solo pensar que ya era parte del espectáculo, que nadaba en la corriente de las luces brillantes.

- Hora de cruzar el puente. - se dice a sí mismo.

La madre tuvo la mala suerte de seguir viva, ya que fue su hijo el que sufrió la peor parte. Intentaba cruzar al otro lado, para lo cual necesitaba alcanzar una baranda alta y trepar sobre ella. Como él era pequeño, no tenía problemas en escurrirse por abajo. El infante logró llegar antes que su madre, lo cual le brindó una ventaja que no dudaba en usar para llegar al otro lado y esperar a su madre. Y no pasaron más de tres segundos para que el cuerpecito del menor volara por los aires como un pájaro herido o un retazo de papel olvidado hasta que en un momento dado, la tierra reclamaba como suyo su piel y volvía a caer al piso. Fue muerte instantánea.

Muy poca gente cruza el puente de noche. Y ninguna se atreve a cruzar la autopista de manera imprudente en cualquier hora, porque a pesar que son cuentos de borrachos, prostitutas, cantineros y drogadictos, muchos han visto al mismo niño volar por los aires, a las 5:14 am, cuando la noche desaparece y el día comienza a dar sus primeros guiños.

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